Una Noticia en las Montañas Rocosas
Presidente José Manuel Balmaceda
Aún cuando los
antecedentes que tuvieron nuestros antepasados sobre los mormones fueron muy
escasos en el siglo XIX, estos por su parte en sus publicaciones en los Estados
Unidos pudieron informarse sobre Chile y los chilenos y en particular
publicaciones como Deseret News en la ciudad de Lago Salado y otras como el
Juvenile Instructor escribieron sobre hechos tan relevantes de nuestra historia
como,
El siguiente
texto es un buen ejemplo de lo expresado más arriba en alusión a
“Parece
probable que el actual gobierno de Chile será destruido. Lo que en otro tiempo
había sido llamado una insurrección está asumiendo el carácter de una
revolución tal que terminará con el actual gobierno, y resultará en el
establecimiento de uno nuevo…hace unos días atrás las fuerzas revolucionarias y
del gobierno libraron una batalla, el resultado de la cual, tal como esta
contenido en los despachos de la prensa, evoca los días de la barbarie. Los
insurgentes parecen haber sido intoxicados por el éxito obtenido, y son presentados
como no dando cuartel a las tropas del gobierno - aún cuando estos últimos
yacían heridos e indefensos…esta es probablemente una imagen exagerada de la conducta de los victoriosos, porque se
concede que ellos tomaron 1,000 prisioneros;
pero el hecho es que 1,700 fueron muertos, y 1,500 resultaron heridos
entre las fuerzas del gobierno, mientras que los insurgentes no perdieron sino
unos cuantos cientos, lo cual indicaría que estos últimos lucharon con gran
ferocidad”.[1]
El seguimiento que se
hace de la guerra en Chile por parte de la prensa en un lugar tan lejano para
aquellos días, como lo eran las montañas rocosas de Utah, en el momento en que se van sucediendo los
acontecimientos es algo que me impresionó y que sin duda deja abierto nuevos
campos para la investigación sobre este tema histórico chileno mirado con ojos
extranjeros.
El
siguiente artículo es otro ejemplo del interés de las publicaciones mormonas en
los Estados Unidos por Chile en el siglo XIX.
The Juvenile
Instructor Organ For Young Latter-Day Saints (El Instructor Juvenil Órgano Para
los Jóvenes Santos de los Últimos Días), fue una publicación dedicada a los
jóvenes Santos de los Últimos Días norteamericanos, la que en su edición del
día 1º de mayo de 1892 publicó una completa visión de la sociedad chilena de
fines del siglo XIX:
Vista de
Santiago
La "República de
Conductora
de carros chilena
La mención de Chile para el
lector promedio evoca un cuadro mental formado en los días de escuela, y que
tiene los siguientes contornos:
Una larga franja de costa, unos
pocos y dispersos pueblos de respetables dimensiones, un fondo montañoso de
cumbres nevadas, con una población con mezcla de sangre española e india, de
escasa civilización y con recursos de escaso valor para cualquier extranjero
pero no así para ellos. Fue una sorpresa para el escritor (y probablemente
también lo ha sido para muchos otros) descubrir durante una reciente visita
allí, que Chile no era, después de todo, un país tan pequeño como había sido
primeramente supuesto. En verdad no es muy ancho, medido de Este a Oeste, pero
lo que le falta en anchura es compensado ampliamente por su extensión…
Vista de
Valparaíso de fines del siglo XIX.
Hay probablemente en Chile más
"sangre azul" española que en cualquier otro Estado Sudamericano. Los
descendientes directos de los antiguos señores españoles y de los propietarios
de la tierra por derecho original desde los tiempos de los conquistadores son
la clase gobernante hoy día, y ellos son los dueños de la mayor parte de las
propiedades del país. Orgullosos, jactanciosos, apasionados, aficionados al
buen vestir y al lucimiento personal, descuidados…en sus hábitos sociales y en
la vida domestica y con escasas restricciones religiosas…mientras que la idea
de ensuciarse o endurecerse las manos con cualquier clase de trabajo manual ha
sido mirado con desdén, y aún la activa carrera mercantil ha sido tenazmente
resistida, para llegar a ser un caballero chileno "a lo hacendado",
ellos tienen cierta predilección por la profesiones aprendidas, como la abogacíla
y la medicina. Se han mostrado a si mismos con gran predilección por la
política, y muchos adoptan la carrera sacerdotal.
Entre los que pertenecen a la
clase media están los comerciantes, los pequeños abasteros, los mecánicos, los
artesanos y los campesinos. La clase media tiene más sangre mezclada, y
constituyen la parte más osada e industriosa
de la población, aún cuando en sus hábitos de trabajo, todas las clases
en Chile tienen la tendencia a tomar la vida con liviandad...
Ningún chileno hace hoy lo que
puede dejar para mañana. Mañana es generalmente la primera palabra que un
extranjero aprende a distinguir después de llegar al país, y si resulta ser un
yanqui recién llegado de los Estados Unidos, lleno de energía y empuje, escuchará
esta palabra como sinónimo de paciente y desalentadora postergación con casi
insoportable frecuencia. Pero aún cuando no es naturalmente dado a la
aplicación responsable en las labores ordinarias del trabajo; si hay cualquier
agitación que amenace terminar en pelea, puede estar seguro de que el chileno
promedio es muy despierto, como para estar en medio de la batahola de los
primeros y para ser el último en retirarse. En la guerra especialmente, como lo
ha sido recientemente tan tristemente demostrado, ellos son furiosos
combatientes; y su valentía en el campo de batalla es su mayor orgullo”.[2]
Los peones, que suman alrededor de un tercio de la población, son un
interesante tema de estudio. Ellos son la clase de los siervos, y, tal como la
sociedad está constituida, un mal necesario. Ellos viven, en su mayor parte, con
un estilo medio gitano y medio siervo, y como clase son thriftles, sin
rumbo, ignorantes, envilecidos, ladrones, supersticiosos, y desagradables tanto
en apariencia como en disposición. Sus habitaciones se pueden ver por todo el
país a las orillas del camino En los rincones apartados de los
grandes fundos; en los grandes pueblos y ciudades, en los suburbios y
callejones, en terrenos que de otro modo estarían vacíos, en pequeñas
casuchas con paredes de adobe o ladrillo, techos de paja o tejas, sin piso,
sucias, y, en la estación lluviosa (que en el sur del país dura varios meses),
húmedas y lúgubres, se hacinaban familias enteras en un solo cuarto. Estas
personas viven, ostensiblemente, para el servicio y los pequeños trabajos. Toda
familia que pretenda cierta posición mantiene regularmente un séquito de entre
tres y una docena de personas de esta clase, ocupadas en distintas labores o
simplemente holgazaneando. Atenderlas es una gran preocupación para la ama de
casa: todos ellos necesitan vigilancia constante. Roban y se llevan todo lo que
encuentran en una casa sin temor a ser descubiertos, y son expertos en ello.
Volubles, quejosos, propensos a discutir con sus empleadores, están
continuamente yéndose o siendo despedidos, solo para ser reemplazados
rápidamente por otros que no son mejores, a menudo peores.
Por regla general, ninguna mujer
de clase alta sabe cocinar, y ninguna consideraría rebajarse hasta el punto de
barrer su propia habitación o hacer sus compras para la mesa. Las convenciones
sociales también hacen que los hombres de sociedad sean igualmente inútiles en
estos aspectos; así que, aunque los peones no sean confiables, saben que son
necesarios, y tienen, en gran medida, la sartén por el mango.
Existen una o dos provincias en
Chile todavía habitadas casi en su totalidad por tribus aborígenes que
corresponden a nuestros indios norteamericanos; y aunque los indígenas del sur
son menos salvajes y vengativos que los de nuestro país, son lo suficientemente
revoltosos y ásperos como para hacer que la vida en la frontera sea más
emocionante que segura.
Los extranjeros residentes,
aunque no son relativamente numerosos, están desempeñando un papel importante
en el desarrollo del país. Son principalmente europeos: ingleses, alemanes,
italianos, franceses, con dos o tres colonias suizas recién llegadas y una
pequeña cantidad de estadounidenses. La mayor parte del comercio exterior está
bajo su administración.
Chile posee una gran riqueza
agrícola y mineral, tanto actual como potencial. Existe un comercio de
exportación creciente en trigo y otros productos del suelo. Las tierras son
fértiles, y en las provincias del centro y sur son favorables tanto para el cultivo
como para la ganadería. Sin embargo, solo se utilizan los métodos agrícolas más
primitivos, aunque los implementos y técnicas mejoradas están comenzando a ser
aceptados. El arado de madera es el instrumento principal para labrar, o apenas
raspar, el suelo; pero la Madre Tierra es muy generosa: se la “hace cosquillas”
con un palo y responde con una cosecha abundante. Todos los tipos comunes de
frutas y cereales conocidos en nuestro país son autóctonos. Los viñedos y
naranjales, que rivalizan en productividad con los de California y Florida,
están multiplicándose; de hecho, una nueva era agrícola está amaneciendo.
Algunos de los terratenientes están administrando ellos mismos sus fundos, en
lugar de arrendarlos como se hacía antes, y se están estableciendo colegios
agrícolas y estaciones experimentales.
En cuanto a riqueza mineral,
también, Chile está indudablemente muy bien dotado. Posee algunas de las minas
de cobre más ricas del mundo, grandes y aparentemente inagotables vetas de
plata en sus montañas, casi sin explotar, y yacimientos de oro descubiertos
recientemente que, según los expertos, podrían rivalizar con los de California.
Pero actualmente, una de las principales fuentes de riqueza nacional son las
salitreras de la provincia de Tarapacá. Este territorio, cedido
condicionalmente, es parte de la indemnización exigida por Chile a Perú. Esta
región, que en apariencia es un desierto absolutamente estéril e inútil, es en
realidad una fuente de ingreso asombrosamente productiva, tanto para las
empresas locales como para el tesoro nacional. Depósitos inagotables, conocidos
como caliche, se transforman mediante procesos mecánicos y químicos económicos
en cristales de nitrato de sodio, y grandes cantidades de este fertilizante y
producto químico valioso se exportan anualmente a Europa y otros lugares.
Aunque la sociedad chilena está
en proceso de rápida transformación debido a la difusión de los modos de
pensamiento y vida dominantes en Inglaterra y Estados Unidos, todavía persisten
costumbres y hábitos de carácter distintivo nacional o racial. En cuanto a la
vestimenta, las clases acomodadas de ambos sexos siguen en gran medida la moda
parisina, excepto en lo que se refiere al calzado. Estos son de un estilo
peculiar y nativo, con puntas largas, estrechas y tacones altos, muy incómodos
para quienes no se han acostumbrado desde la infancia. En lugar de botas de
goma durante la temporada de lluvias, todos usan suecos: toscos zuecos de
madera, abiertos en el talón y la punta, que se pueden quitar y poner
fácilmente sin usar las manos, pero muy difíciles de manejar con gracia para un
extranjero. El manto español, un chal de tela negra simple o de encaje,
elegantemente colocado sobre la cabeza y los hombros, alguna vez fue una prenda
indispensable para toda dama chilena al salir a la calle, pero ahora se usa visiblemente
solo en la iglesia. En otros contextos, y desafortunadamente tanto para su
belleza como para sus bolsillos, las mujeres están cayendo presa de la moda
moderna. Sin embargo, se considera de buen gusto que las damas aparezcan en la
calle o en la plaza por la tarde o en la noche sin otro adorno en la cabeza que
flores, muchas y hermosas variedades de las cuales florecen al aire libre
durante todo el año. En la iglesia, las mujeres nativas de todas las clases
usan el manto, de modo que una congregación compuesta en su mayoría por mujeres
arrodilladas, cada una sobre su propio tapete, presenta a los ojos inexpertos
del extranjero poca diferencia entre ricas y pobres. Sin embargo, hay una
distinción en la forma de llevar el cabello que el manto no logra ocultar del
todo: las damas de alta sociedad llevan el cabello recogido en un moño sobre la
cabeza, mientras que todas las mujeres de clase baja tienen prohibido por la
norma social usar el cabello de otra manera que no sean una o dos trenzas
rectas colgando a la espalda.
El atuendo cotidiano de las
mujeres pobres consiste en una blusa suelta de cualquier material barato,
acompañada de una falda, generalmente de color diferente, predominando el
negro. La mayoría de esta clase, tanto hombres como mujeres, están mal y escasamente
vestidos, y por lo general andan descalzos en todo momento. Las calles frente a
sus viviendas están llenas de niños, a menudo casi desnudos, cubiertos de
parásitos, suciedad y llagas producto de su forma de vida y la falta de
cuidados.
En el nivel más bajo de la escala
social chilena están las lavanderas, que forman una clase aparte. A pesar de la
gran cantidad de sirvientes en cada casa, no se realiza el lavado dentro del
hogar. Incluso las empleadas domésticas, que ganan solo tres o cuatro dólares
al mes, envían su ropa a lavar fuera. Las lavanderas recogen la ropa, la llevan
en enormes bultos sobre sus cabezas al río, arroyo, vertiente o charco de
lluvia, para lavarla allí.
Hay un artículo de vestimenta
masculina que merece ser mencionado: el poncho. Puede describirse mejor como
una manta cuadrada o rectangular con una abertura en el centro lo
suficientemente grande como para pasar la cabeza, cayendo libremente desde los
hombros, llegando generalmente un poco más abajo de la cintura, aunque a veces
hasta las rodillas. Estos ponchos los usan los peones y la clase media en lugar
de abrigos, especialmente en zonas rurales. Se pueden ver grupos de jinetes u
otros campesinos montados que llegan al pueblo vestidos con ponchos de varios
colores, y presentan un aspecto muy pintoresco. Cabe decir, de paso, que montar
a caballo es un medio de transporte muy común para viajar por el campo, ya sea
por negocios o por placer, ya que los caminos son escasos y en mal estado para
conducir carruajes. Los jinetes nativos parecen haber nacido sobre el sillín, y
su estilo de montar haría envidiar al vaquero promedio del oeste.
La carreta chilena típica es el
vehículo rural por excelencia. Se pueden conseguir carros y carretas de estilo
extranjero, pero cuestan dinero, y muchos agricultores y transportistas se las
arreglan con un rudimentario artilugio casero construido de la siguiente
manera: el “Cousin Chileno” va al bosque, tala un gran árbol, corta dos
secciones de unos quince centímetros del tronco, les perfora un agujero para el
eje, acopla un eje y un travesaño, monta un marco o rejilla burda, y la carreta
está lista. Con el uso, los agujeros del eje se agrandan, a veces más de un
lado que del otro; y de todos los sonidos horribles y chirriantes que jamás
hayan ofendido el oído humano, ninguno supera al de una procesión de estas
carretas cargadas con productos agrícolas o mercancías, mientras son
arrastradas lentamente por bueyes con yugos rectos amarrados a sus cuernos con
tiras de cuero, a lo largo de una calle de pueblo o entre los baches y
lodazales del camino rural.
En los rincones apartados de
los grandes fundos; en los grandes pueblos y ciudades, en los suburbios y
callejones, en terrenos baldíos que de otro modo estarían desocupados, en
pequeñas casuchas con muros de adobe o ladrillo, techos de paja o tejas, sin
piso, sucias, y en la estación lluviosa (que en el sur del país dura varios
meses) húmedas y lúgubres, familias enteras se hacinan en un solo cuarto.
Viven, ostensiblemente, del servicio doméstico y pequeños trabajos. Toda casa
con alguna pretensión mantiene regularmente un séquito de entre tres y una
docena de personas de esta clase, empleados en diversas tareas o simplemente
holgazaneando. Cuidarlos es una gran carga para el ama de casa: todos necesitan
vigilancia constante. Roban y se llevan todo lo que pueden de una casa sin que
se los descubra, y son expertos en ello. Volubles, quejumbrosos, propensos a
discutir con sus empleadores, están siempre renunciando o siendo despedidos,
solo para ser reemplazados rápidamente por otros igual de malos, y muchas veces
peores.
Por regla general, ninguna mujer
de alta clase sabe cocinar, y ninguna se rebajaría a barrer su propia
habitación o hacer las compras para la mesa. Las convenciones sociales hacen
que los hombres también sean completamente inútiles en estos aspectos; así,
aunque los peones son un grupo difícil, saben que son necesarios, y se
aprovechan bastante de esta situación.
Hay una o dos provincias en Chile
que aún están ocupadas casi totalmente por tribus aborígenes que corresponden a
nuestros indios norteamericanos; y aunque los indígenas del sur son menos
salvajes y vengativos que los de nuestro país, son lo suficientemente
problemáticos y desagradables como para hacer que la vida en la frontera sea
más emocionante que segura.
Los extranjeros residentes,
aunque no son muy numerosos, desempeñan un papel importante en el desarrollo
del país. Son principalmente europeos: ingleses, alemanes, italianos,
franceses, con dos o tres colonias suizas llegadas recientemente, y algunos pocos
estadounidenses. La mayor parte del comercio exterior está en sus manos.
Chile posee una gran riqueza
agrícola y mineral, tanto actual como potencial. Hay un comercio de exportación
en crecimiento de trigo y otros productos agrícolas. Las tierras son
productivas, y en las provincias del centro y sur son favorables tanto para la
agricultura como para la ganadería. Sin embargo, en general se utilizan métodos
agrícolas muy primitivos, aunque los implementos y métodos modernos están
ganando aceptación. El arado de madera es el implemento principal para romper
—o más bien raspar— la tierra; pero la Madre Tierra es muy amable: si la haces
cosquillas con un palo, te devuelve una cosecha abundante. Todo tipo de frutas
y cereales comunes en nuestro país son autóctonos. Los viñedos y naranjales,
que rivalizan en productividad con los de California y Florida, están
multiplicándose; de hecho, está amaneciendo una nueva era para la agricultura.
Algunos terratenientes están comenzando a administrar sus propiedades ellos
mismos, en lugar de arrendarlas como antes, y se están estableciendo colegios
agrícolas y estaciones experimentales.
En cuanto a riqueza mineral,
Chile está sin duda muy bien dotado. Posee algunas de las minas de cobre más
ricas del mundo, grandes y aparentemente inagotables vetas de plata en sus
montañas, casi sin explotar, y yacimientos de oro descubiertos recientemente
que los expertos consideran con potencial para rivalizar con los de California.
Pero actualmente, una de las principales fuentes de riqueza nacional son las
salitreras en la provincia de Tarapacá. Este territorio, cedido
condicionalmente, es parte de la indemnización exigida por Chile a Perú. Esta
región, que a simple vista parece un desierto completamente estéril e inútil,
es en realidad una fuente de ingresos increíblemente productiva, tanto para las
compañías locales como para el tesoro nacional. Depósitos inagotables,
conocidos como caliche, mediante procesos mecánicos y químicos
económicos se transforman en cristales de nitrato de sodio, y grandes
cantidades de este fertilizante y producto químico valioso se exportan cada año
a Europa y otros lugares.
Aunque la sociedad chilena está
en proceso de rápida transformación debido a la difusión de modos de vida y
pensamiento dominantes en Inglaterra y Estados Unidos, aún prevalecen hábitos y
costumbres de carácter nacional o racial más o menos distintivos. En cuanto al
vestido, las clases altas de ambos sexos siguen en gran medida la moda
parisina, excepto en el calzado. Éste es de un estilo peculiar, con puntas
largas y estrechas y tacones altos, muy incómodo para pies no acostumbrados
desde la infancia. En lugar de botas de goma para la temporada de lluvias,
todos usan zuecos. Estos son aparatosos, con suela de madera gruesa,
abiertos por el talón y los dedos, fáciles de poner y sacar sin usar las manos,
pero muy difíciles de manejar con gracia para un extranjero. El manto
español, un chal de tela negra lisa o de encaje, elegantemente colocado sobre
la cabeza y los hombros, que solía ser un elemento indispensable del vestuario
de la dama chilena para toda ocasión en la calle, ahora solo se usa de forma
visible en la iglesia. En otros lugares, lamentablemente, tanto para su belleza
como para sus bolsillos, las damas han caído presa de la moda moderna. Sin
embargo, se considera elegante que las damas aparezcan en la calle o la plaza
por la tarde o noche sin otro adorno en la cabeza que flores, de las cuales
florecen muchas y bellas variedades al aire libre durante todo el año. En la
iglesia, las mujeres nativas de todas las clases sociales usan el manto, de
modo que la congregación, compuesta principalmente por mujeres arrodilladas,
cada una sobre su propio tapete, presenta al ojo inexperto de un extranjero muy
pocas diferencias entre ricas y pobres. No obstante, hay una distinción en la
forma de llevar el cabello que el manto no puede ocultar del todo a un
observador atento: las mujeres de alta sociedad lo llevan recogido en un moño
en la parte superior de la cabeza, mientras que a todas las mujeres de clases
bajas se les prohíbe estrictamente, por normas sociales, presentarse con el
cabello de otra forma que no sea en una o dos trenzas rectas cayendo por la
espalda.
La vestimenta diaria de las
mujeres pobres consiste en una blusa suelta de cualquier material barato, usada
con una falda, generalmente de diferente color, predominando el negro. La
mayoría de esta clase, tanto hombres como mujeres, están muy mal y escasamente
vestidos y, por lo general, van descalzos en toda ocasión. Las calles frente a
sus viviendas están llenas de niños, a menudo casi desnudos, cubiertos de
piojos, suciedad y llagas como resultado de su forma de vida y falta de
cuidado.
En la base de la escala social en
Chile están las lavanderas, que forman una clase aparte. A pesar del gran
número de sirvientes en cada casa, no se lava ropa dentro del hogar. Incluso
los sirvientes domésticos, que ganan solo tres o cuatro dólares al mes, envían
su ropa a lavar afuera. Las lavanderas recogen la ropa, la transportan en
grandes bultos sobre la cabeza hasta un río, arroyo, vertiente o charca para
lavarla.
Hay una prenda masculina que debe
mencionarse al hablar del traje típico: el poncho. Se puede describir mejor
como una manta cuadrada o rectangular con una abertura en el centro lo
suficientemente grande para pasar la cabeza, cayendo suelta desde los hombros,
llegando generalmente hasta un poco más abajo de la cintura, aunque a veces
hasta las rodillas. Estos ponchos son usados por los nativos de clase media y
baja en lugar de abrigo, especialmente por quienes viven en el campo. Grupos de
vaqueros montados u otros campesinos pueden verse a menudo entrando a la ciudad
vestidos con ponchos de varios colores, presentando un aspecto muy pintoresco.
Cabe mencionar que montar a caballo es el medio de transporte favorito en el
campo, ya sea por negocios o placer, ya que hay pocos caminos y están en malas
condiciones para carruajes. Los jinetes nativos parecen haber nacido en la
silla, y su estilo salvaje de montar despertaría la envidia del típico vaquero
del oeste.
El típico carro de bueyes chileno
es el medio de transporte rural por excelencia. Se pueden adquirir carretas y
vagones de estilo y fabricación extranjera, pero son costosos, y muchos
agricultores y carreteros se las arreglan con un simple aparato casero
construido así: el campesino chileno va al bosque, corta un gran árbol, le
sierra un par de secciones de unos 15 cm del tronco, les hace un agujero en el
centro para el eje, coloca el eje y lo une a una estructura rudimentaria, y el
carro está listo. Con el uso, los agujeros del eje se agrandan, a veces más de
un lado que del otro; y de todos los ruidos horribles que hayan golpeado el
oído humano, ninguno supera al producido por una procesión de estos carros,
cargados con productos agrícolas o mercancías, cuando son arrastrados
lentamente por las calles del pueblo o los caminos rurales llenos de baches y
barro por bueyes con yugos atados a sus cuernos con correas de cuero.
(Foto: élder Kent Francis)
La primera experiencia de un
extranjero recién llegado al país, al ser transportado desde la estación o el
muelle por un cochero típico, suele dar un buen sacudón a sus nervios. A
estos conductores a menudo se les ofrecen premios por parte de sus empleadores
como incentivo para conseguir clientes, así que cada uno intenta superar al
otro. Una vez que los pasajeros están sentados, parten como locos, con los
caballos al galope, excitados y azotados sin piedad por los largos látigos. Con
una docena o más de estos coches tirados por tres caballos, yendo a toda
velocidad por una calle, con un aparente desprecio por la propiedad, la integridad
física o la vida, uno suele lamentar rápidamente no haber caminado o tomado el
tranvía. Pero rara vez ocurren accidentes y, salvo por la compasión hacia los
caballos, uno termina por aceptar este tipo de transporte público con un grado
aceptable de resignación.
Hablando de tranvías, cabe
mencionar una costumbre peculiar del país: todos los cobradores de los tranvías
son mujeres jóvenes.
Existe una atmósfera de
desconfianza en todas las interacciones entre los sexos, lo cual representa una
gran barrera para la sana libertad de interacción social que disfrutan las
personas en nuestro país. A partir de los siete años, niños y niñas son completamente
separados en las escuelas diurnas, con edificios y patios diferentes. Ninguna
joven puede aparecer en la calle, de día o de noche, sin estar acompañada por
una pariente mayor o una sirvienta, sin violar las leyes de la vigilancia
social que buscan protegerlas.
En los hogares de las clases
acomodadas, los niños, especialmente los pequeños, son dejados casi
completamente al cuidado de los sirvientes. Son consentidos o reprendidos según
el capricho de sus cuidadores, y por lo general están bastante malcriados, tanto
en carácter como en moral, debido al trato que reciben. La irregularidad y el
exceso en la comida y bebida son hábitos formados en la infancia y mantenidos
toda la vida. El típico cartel de restaurante "Comidas a toda hora"
sería apropiado para cualquier hogar chileno. Aunque se intenta mantener cierta
regularidad, tienen cinco comidas diarias, servidas más o menos así:
- Desayuno (desayuno), de siete a nueve: café
o chocolate y panecillos calientes, a veces con un poco de fruta o queso.
Esto se sirve habitualmente a las damas de sociedad en la cama.
- Almuerzo, de once a una: una comida completa
con varios platos, empezando siempre con la cazuela, una sopa
típica que solo una cocinera nativa puede preparar bien.
- Las onces, de dos a cuatro: una merienda de
pan con mantequilla, pastel y té, a menudo con fruta o dulces.
- Comida (cena), a las seis: la gran comida
del día. Aunque uno se pregunte cómo pueden tener hambre después de haber
comido tres veces (además de dulces, frutas, vino o algo más fuerte entre
comidas), la forma en que el chileno promedio ataca su cena no sugiere que
haya comido algo antes.
- Después del teatro, del paseo por la plaza —el gran
salón al aire libre de cada ciudad o pueblo grande—, o de una velada con
amigos en casa o en el club, se sirve un té ligero; y finalmente, después
de fumar un cigarrillo (probablemente el vigésimo del día) y vaciar la
jarra de vino, nuestro primo chileno, lleno hasta el tope, se va a dormir.
Hay algo peculiar en el clima de
Chile. Excepto en el extremo norte, es muy estimulante, y los médicos dicen que
las exigencias de la salud requieren comer más seguido y en mayores cantidades
que en la mayoría de los países. Tal vez esta opinión tenga un sesgo
interesado, pero algo es cierto: médicos y farmacéuticos engordan y se
enriquecen rápidamente gracias a la abundante clientela. La homeopatía no es
popular como práctica médica: el chileno típico cree en tratamientos heroicos a
base de medicamentos. Si está enfermo, nunca piensa en ayunar como remedio;
quiere su medicina, como su comida, fuerte, bien condimentada y abundante, algo
que lo mate o lo cure rápido. Los chilenos envejecen prematuramente, y las
mujeres pierden su lozanía y belleza incluso antes de los veinte; a los
cuarenta, muchas de ellas, especialmente de las clases bajas, parecen tan
arrugadas y avejentadas como si tuvieran ochenta.
Las calles principales de pueblos
y ciudades promedio están bordeadas de edificios bajos y sólidos de ladrillo,
con muros enlucidos con cemento y techos de tejas. Las casas de las clases
altas suelen tener todas las habitaciones en la planta baja, alrededor de un
amplio patio abierto, adornado con flores y arbustos, y a veces con una fuente
en el centro. El nuevo atractivo de todas las ciudades es la plaza,
donde la gente se reúne en gran número para conversar, pasear y disfrutar de
conciertos al aire libre, que les encantan.
En algunas de las principales
ciudades, los edificios del estilo arquitectónico antes descrito están siendo
reemplazados por estructuras altas de estilo moderno. Esto es especialmente
cierto en Concepción y Valparaíso, los dos grandes centros comerciales, y en
Santiago, la capital. Esta última ciudad, que compite con Buenos Aires por el
título de “París de Sudamérica”, tiene calles, edificios gubernamentales,
residencias, tiendas, iglesias y otros edificios públicos que serían motivo de
orgullo para cualquiera de nuestras ciudades del norte.