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miércoles, 14 de mayo de 2025

La Guerra Civil de 1891 en Chile Una Noticia en las Montañas Rocosas

 

 

La Guerra Civil de 1891 en Chile

Una Noticia en las Montañas Rocosas

Rodolfo Acevedo 

 

Presidente José Manuel Balmaceda

 

Aún cuando los antecedentes que tuvieron nuestros antepasados sobre los mormones fueron muy escasos en el siglo XIX, estos por su parte en sus publicaciones en los Estados Unidos pudieron informarse sobre Chile y los chilenos y en particular publicaciones como Deseret News en la ciudad de Lago Salado y otras como el Juvenile Instructor escribieron sobre hechos tan relevantes de nuestra historia como, la Guerra del Pacífico,  la Guerra Civil de 1891 y otros escritos que informaban sobre la vida en nuestro país.

 

El siguiente texto es un buen ejemplo de lo expresado más arriba en alusión a la Guerra Civil de 1891 en Chile.

 

“Parece probable que el actual gobierno de Chile será destruido. Lo que en otro tiempo había sido llamado una insurrección está asumiendo el carácter de una revolución tal que terminará con el actual gobierno, y resultará en el establecimiento de uno nuevo…hace unos días atrás las fuerzas revolucionarias y del gobierno libraron una batalla, el resultado de la cual, tal como esta contenido en los despachos de la prensa, evoca los días de la barbarie. Los insurgentes parecen haber sido intoxicados por el éxito obtenido, y son presentados como no dando cuartel a las tropas del gobierno - aún cuando estos últimos yacían heridos e indefensos…esta es probablemente una imagen exagerada  de la conducta de los victoriosos, porque se concede que ellos tomaron 1,000 prisioneros;  pero el hecho es que 1,700 fueron muertos, y 1,500 resultaron heridos entre las fuerzas del gobierno, mientras que los insurgentes no perdieron sino unos cuantos cientos, lo cual indicaría que estos últimos lucharon con gran ferocidad”.[1]

 

 

            El seguimiento que se hace de la guerra en Chile por parte de la prensa en un lugar tan lejano para aquellos días, como lo eran las montañas rocosas de Utah,  en el momento en que se van sucediendo los acontecimientos es algo que me impresionó y que sin duda deja abierto nuevos campos para la investigación sobre este tema histórico chileno mirado con ojos extranjeros.

 

 

El siguiente artículo es otro ejemplo del interés de las publicaciones mormonas en los Estados Unidos por Chile en el siglo XIX.

 

 

The Juvenile Instructor Organ For Young Latter-Day Saints (El Instructor Juvenil Órgano Para los Jóvenes Santos de los Últimos Días), fue una publicación dedicada a los jóvenes Santos de los Últimos Días norteamericanos, la que en su edición del día 1º de mayo de 1892 publicó una completa visión de la sociedad chilena de fines del siglo XIX:

 


 

 

Vista de Santiago

 

La "República de la Estrella Solitaria" es el título comúnmente usado por la gente de Chile para nombrar a su país. El apelativo es sugerido por su bandera nacional. La mitad inferior de su bandera es roja, sobre el cuadrado interior de la mitad superior hay una gran estrella blanca sobre un fondo azul, y el resto de la bandera es blanca. Es una feliz concepción de los chilenos hablar de su estrella solitaria como formando parte de la misma galaxia que se despliega sobre nuestro emblema nacional, y por mucho tiempo han deseado tener un reconocimiento más cordial de la "Gran República", como ellos llaman a nuestro país…

 

 

 

Conductora de carros chilena

 

La mención de Chile para el lector promedio evoca un cuadro mental formado en los días de escuela, y que tiene los siguientes contornos:

Una larga franja de costa, unos pocos y dispersos pueblos de respetables dimensiones, un fondo montañoso de cumbres nevadas, con una población con mezcla de sangre española e india, de escasa civilización y con recursos de escaso valor para cualquier extranjero pero no así para ellos. Fue una sorpresa para el escritor (y probablemente también lo ha sido para muchos otros) descubrir durante una reciente visita allí, que Chile no era, después de todo, un país tan pequeño como había sido primeramente supuesto. En verdad no es muy ancho, medido de Este a Oeste, pero lo que le falta en anchura es compensado ampliamente por su extensión…

 

 

 

Vista de Valparaíso de fines del siglo XIX.

 

Hay probablemente en Chile más "sangre azul" española que en cualquier otro Estado Sudamericano. Los descendientes directos de los antiguos señores españoles y de los propietarios de la tierra por derecho original desde los tiempos de los conquistadores son la clase gobernante hoy día, y ellos son los dueños de la mayor parte de las propiedades del país. Orgullosos, jactanciosos, apasionados, aficionados al buen vestir y al lucimiento personal, descuidados…en sus hábitos sociales y en la vida domestica y con escasas restricciones religiosas…mientras que la idea de ensuciarse o endurecerse las manos con cualquier clase de trabajo manual ha sido mirado con desdén, y aún la activa carrera mercantil ha sido tenazmente resistida, para llegar a ser un caballero chileno "a lo hacendado", ellos tienen cierta predilección por la profesiones aprendidas, como la abogacíla y la medicina. Se han mostrado a si mismos con gran predilección por la política, y muchos adoptan la carrera sacerdotal.

 

 

 

 

Entre los que pertenecen a la clase media están los comerciantes, los pequeños abasteros, los mecánicos, los artesanos y los campesinos. La clase media tiene más sangre mezclada, y constituyen la parte más osada e industriosa  de la población, aún cuando en sus hábitos de trabajo, todas las clases en Chile tienen la tendencia a tomar la vida con liviandad...

Ningún chileno hace hoy lo que puede dejar para mañana. Mañana es generalmente la primera palabra que un extranjero aprende a distinguir después de llegar al país, y si resulta ser un yanqui recién llegado de los Estados Unidos, lleno de energía y empuje, escuchará esta palabra como sinónimo de paciente y desalentadora postergación con casi insoportable frecuencia. Pero aún cuando no es naturalmente dado a la aplicación responsable en las labores ordinarias del trabajo; si hay cualquier agitación que amenace terminar en pelea, puede estar seguro de que el chileno promedio es muy despierto, como para estar en medio de la batahola de los primeros y para ser el último en retirarse. En la guerra especialmente, como lo ha sido recientemente tan tristemente demostrado, ellos son furiosos combatientes; y su valentía en el campo de batalla es su mayor orgullo”.[2]

 

Los peones, que suman alrededor de un tercio de la población, son un interesante tema de estudio. Ellos son la clase de los siervos, y, tal como la sociedad está constituida, un mal necesario. Ellos viven, en su mayor parte, con un estilo medio gitano y medio siervo, y como clase son thriftles, sin rumbo, ignorantes, envilecidos, ladrones, supersticiosos, y desagradables tanto en apariencia como en disposición. Sus habitaciones se pueden ver por todo el país a las orillas del camino En los rincones apartados de los grandes fundos; en los grandes pueblos y ciudades, en los suburbios y callejones, en terrenos que de otro modo estarían vacíos, en pequeñas casuchas con paredes de adobe o ladrillo, techos de paja o tejas, sin piso, sucias, y, en la estación lluviosa (que en el sur del país dura varios meses), húmedas y lúgubres, se hacinaban familias enteras en un solo cuarto. Estas personas viven, ostensiblemente, para el servicio y los pequeños trabajos. Toda familia que pretenda cierta posición mantiene regularmente un séquito de entre tres y una docena de personas de esta clase, ocupadas en distintas labores o simplemente holgazaneando. Atenderlas es una gran preocupación para la ama de casa: todos ellos necesitan vigilancia constante. Roban y se llevan todo lo que encuentran en una casa sin temor a ser descubiertos, y son expertos en ello. Volubles, quejosos, propensos a discutir con sus empleadores, están continuamente yéndose o siendo despedidos, solo para ser reemplazados rápidamente por otros que no son mejores, a menudo peores.

Por regla general, ninguna mujer de clase alta sabe cocinar, y ninguna consideraría rebajarse hasta el punto de barrer su propia habitación o hacer sus compras para la mesa. Las convenciones sociales también hacen que los hombres de sociedad sean igualmente inútiles en estos aspectos; así que, aunque los peones no sean confiables, saben que son necesarios, y tienen, en gran medida, la sartén por el mango.

Existen una o dos provincias en Chile todavía habitadas casi en su totalidad por tribus aborígenes que corresponden a nuestros indios norteamericanos; y aunque los indígenas del sur son menos salvajes y vengativos que los de nuestro país, son lo suficientemente revoltosos y ásperos como para hacer que la vida en la frontera sea más emocionante que segura.

Los extranjeros residentes, aunque no son relativamente numerosos, están desempeñando un papel importante en el desarrollo del país. Son principalmente europeos: ingleses, alemanes, italianos, franceses, con dos o tres colonias suizas recién llegadas y una pequeña cantidad de estadounidenses. La mayor parte del comercio exterior está bajo su administración.

Chile posee una gran riqueza agrícola y mineral, tanto actual como potencial. Existe un comercio de exportación creciente en trigo y otros productos del suelo. Las tierras son fértiles, y en las provincias del centro y sur son favorables tanto para el cultivo como para la ganadería. Sin embargo, solo se utilizan los métodos agrícolas más primitivos, aunque los implementos y técnicas mejoradas están comenzando a ser aceptados. El arado de madera es el instrumento principal para labrar, o apenas raspar, el suelo; pero la Madre Tierra es muy generosa: se la “hace cosquillas” con un palo y responde con una cosecha abundante. Todos los tipos comunes de frutas y cereales conocidos en nuestro país son autóctonos. Los viñedos y naranjales, que rivalizan en productividad con los de California y Florida, están multiplicándose; de hecho, una nueva era agrícola está amaneciendo. Algunos de los terratenientes están administrando ellos mismos sus fundos, en lugar de arrendarlos como se hacía antes, y se están estableciendo colegios agrícolas y estaciones experimentales.

En cuanto a riqueza mineral, también, Chile está indudablemente muy bien dotado. Posee algunas de las minas de cobre más ricas del mundo, grandes y aparentemente inagotables vetas de plata en sus montañas, casi sin explotar, y yacimientos de oro descubiertos recientemente que, según los expertos, podrían rivalizar con los de California. Pero actualmente, una de las principales fuentes de riqueza nacional son las salitreras de la provincia de Tarapacá. Este territorio, cedido condicionalmente, es parte de la indemnización exigida por Chile a Perú. Esta región, que en apariencia es un desierto absolutamente estéril e inútil, es en realidad una fuente de ingreso asombrosamente productiva, tanto para las empresas locales como para el tesoro nacional. Depósitos inagotables, conocidos como caliche, se transforman mediante procesos mecánicos y químicos económicos en cristales de nitrato de sodio, y grandes cantidades de este fertilizante y producto químico valioso se exportan anualmente a Europa y otros lugares.

Aunque la sociedad chilena está en proceso de rápida transformación debido a la difusión de los modos de pensamiento y vida dominantes en Inglaterra y Estados Unidos, todavía persisten costumbres y hábitos de carácter distintivo nacional o racial. En cuanto a la vestimenta, las clases acomodadas de ambos sexos siguen en gran medida la moda parisina, excepto en lo que se refiere al calzado. Estos son de un estilo peculiar y nativo, con puntas largas, estrechas y tacones altos, muy incómodos para quienes no se han acostumbrado desde la infancia. En lugar de botas de goma durante la temporada de lluvias, todos usan suecos: toscos zuecos de madera, abiertos en el talón y la punta, que se pueden quitar y poner fácilmente sin usar las manos, pero muy difíciles de manejar con gracia para un extranjero. El manto español, un chal de tela negra simple o de encaje, elegantemente colocado sobre la cabeza y los hombros, alguna vez fue una prenda indispensable para toda dama chilena al salir a la calle, pero ahora se usa visiblemente solo en la iglesia. En otros contextos, y desafortunadamente tanto para su belleza como para sus bolsillos, las mujeres están cayendo presa de la moda moderna. Sin embargo, se considera de buen gusto que las damas aparezcan en la calle o en la plaza por la tarde o en la noche sin otro adorno en la cabeza que flores, muchas y hermosas variedades de las cuales florecen al aire libre durante todo el año. En la iglesia, las mujeres nativas de todas las clases usan el manto, de modo que una congregación compuesta en su mayoría por mujeres arrodilladas, cada una sobre su propio tapete, presenta a los ojos inexpertos del extranjero poca diferencia entre ricas y pobres. Sin embargo, hay una distinción en la forma de llevar el cabello que el manto no logra ocultar del todo: las damas de alta sociedad llevan el cabello recogido en un moño sobre la cabeza, mientras que todas las mujeres de clase baja tienen prohibido por la norma social usar el cabello de otra manera que no sean una o dos trenzas rectas colgando a la espalda.

El atuendo cotidiano de las mujeres pobres consiste en una blusa suelta de cualquier material barato, acompañada de una falda, generalmente de color diferente, predominando el negro. La mayoría de esta clase, tanto hombres como mujeres, están mal y escasamente vestidos, y por lo general andan descalzos en todo momento. Las calles frente a sus viviendas están llenas de niños, a menudo casi desnudos, cubiertos de parásitos, suciedad y llagas producto de su forma de vida y la falta de cuidados.

En el nivel más bajo de la escala social chilena están las lavanderas, que forman una clase aparte. A pesar de la gran cantidad de sirvientes en cada casa, no se realiza el lavado dentro del hogar. Incluso las empleadas domésticas, que ganan solo tres o cuatro dólares al mes, envían su ropa a lavar fuera. Las lavanderas recogen la ropa, la llevan en enormes bultos sobre sus cabezas al río, arroyo, vertiente o charco de lluvia, para lavarla allí.

Hay un artículo de vestimenta masculina que merece ser mencionado: el poncho. Puede describirse mejor como una manta cuadrada o rectangular con una abertura en el centro lo suficientemente grande como para pasar la cabeza, cayendo libremente desde los hombros, llegando generalmente un poco más abajo de la cintura, aunque a veces hasta las rodillas. Estos ponchos los usan los peones y la clase media en lugar de abrigos, especialmente en zonas rurales. Se pueden ver grupos de jinetes u otros campesinos montados que llegan al pueblo vestidos con ponchos de varios colores, y presentan un aspecto muy pintoresco. Cabe decir, de paso, que montar a caballo es un medio de transporte muy común para viajar por el campo, ya sea por negocios o por placer, ya que los caminos son escasos y en mal estado para conducir carruajes. Los jinetes nativos parecen haber nacido sobre el sillín, y su estilo de montar haría envidiar al vaquero promedio del oeste.

La carreta chilena típica es el vehículo rural por excelencia. Se pueden conseguir carros y carretas de estilo extranjero, pero cuestan dinero, y muchos agricultores y transportistas se las arreglan con un rudimentario artilugio casero construido de la siguiente manera: el “Cousin Chileno” va al bosque, tala un gran árbol, corta dos secciones de unos quince centímetros del tronco, les perfora un agujero para el eje, acopla un eje y un travesaño, monta un marco o rejilla burda, y la carreta está lista. Con el uso, los agujeros del eje se agrandan, a veces más de un lado que del otro; y de todos los sonidos horribles y chirriantes que jamás hayan ofendido el oído humano, ninguno supera al de una procesión de estas carretas cargadas con productos agrícolas o mercancías, mientras son arrastradas lentamente por bueyes con yugos rectos amarrados a sus cuernos con tiras de cuero, a lo largo de una calle de pueblo o entre los baches y lodazales del camino rural.

 

En los rincones apartados de los grandes fundos; en los grandes pueblos y ciudades, en los suburbios y callejones, en terrenos baldíos que de otro modo estarían desocupados, en pequeñas casuchas con muros de adobe o ladrillo, techos de paja o tejas, sin piso, sucias, y en la estación lluviosa (que en el sur del país dura varios meses) húmedas y lúgubres, familias enteras se hacinan en un solo cuarto. Viven, ostensiblemente, del servicio doméstico y pequeños trabajos. Toda casa con alguna pretensión mantiene regularmente un séquito de entre tres y una docena de personas de esta clase, empleados en diversas tareas o simplemente holgazaneando. Cuidarlos es una gran carga para el ama de casa: todos necesitan vigilancia constante. Roban y se llevan todo lo que pueden de una casa sin que se los descubra, y son expertos en ello. Volubles, quejumbrosos, propensos a discutir con sus empleadores, están siempre renunciando o siendo despedidos, solo para ser reemplazados rápidamente por otros igual de malos, y muchas veces peores.

Por regla general, ninguna mujer de alta clase sabe cocinar, y ninguna se rebajaría a barrer su propia habitación o hacer las compras para la mesa. Las convenciones sociales hacen que los hombres también sean completamente inútiles en estos aspectos; así, aunque los peones son un grupo difícil, saben que son necesarios, y se aprovechan bastante de esta situación.

Hay una o dos provincias en Chile que aún están ocupadas casi totalmente por tribus aborígenes que corresponden a nuestros indios norteamericanos; y aunque los indígenas del sur son menos salvajes y vengativos que los de nuestro país, son lo suficientemente problemáticos y desagradables como para hacer que la vida en la frontera sea más emocionante que segura.

Los extranjeros residentes, aunque no son muy numerosos, desempeñan un papel importante en el desarrollo del país. Son principalmente europeos: ingleses, alemanes, italianos, franceses, con dos o tres colonias suizas llegadas recientemente, y algunos pocos estadounidenses. La mayor parte del comercio exterior está en sus manos.

Chile posee una gran riqueza agrícola y mineral, tanto actual como potencial. Hay un comercio de exportación en crecimiento de trigo y otros productos agrícolas. Las tierras son productivas, y en las provincias del centro y sur son favorables tanto para la agricultura como para la ganadería. Sin embargo, en general se utilizan métodos agrícolas muy primitivos, aunque los implementos y métodos modernos están ganando aceptación. El arado de madera es el implemento principal para romper —o más bien raspar— la tierra; pero la Madre Tierra es muy amable: si la haces cosquillas con un palo, te devuelve una cosecha abundante. Todo tipo de frutas y cereales comunes en nuestro país son autóctonos. Los viñedos y naranjales, que rivalizan en productividad con los de California y Florida, están multiplicándose; de hecho, está amaneciendo una nueva era para la agricultura. Algunos terratenientes están comenzando a administrar sus propiedades ellos mismos, en lugar de arrendarlas como antes, y se están estableciendo colegios agrícolas y estaciones experimentales.

En cuanto a riqueza mineral, Chile está sin duda muy bien dotado. Posee algunas de las minas de cobre más ricas del mundo, grandes y aparentemente inagotables vetas de plata en sus montañas, casi sin explotar, y yacimientos de oro descubiertos recientemente que los expertos consideran con potencial para rivalizar con los de California. Pero actualmente, una de las principales fuentes de riqueza nacional son las salitreras en la provincia de Tarapacá. Este territorio, cedido condicionalmente, es parte de la indemnización exigida por Chile a Perú. Esta región, que a simple vista parece un desierto completamente estéril e inútil, es en realidad una fuente de ingresos increíblemente productiva, tanto para las compañías locales como para el tesoro nacional. Depósitos inagotables, conocidos como caliche, mediante procesos mecánicos y químicos económicos se transforman en cristales de nitrato de sodio, y grandes cantidades de este fertilizante y producto químico valioso se exportan cada año a Europa y otros lugares.

Aunque la sociedad chilena está en proceso de rápida transformación debido a la difusión de modos de vida y pensamiento dominantes en Inglaterra y Estados Unidos, aún prevalecen hábitos y costumbres de carácter nacional o racial más o menos distintivos. En cuanto al vestido, las clases altas de ambos sexos siguen en gran medida la moda parisina, excepto en el calzado. Éste es de un estilo peculiar, con puntas largas y estrechas y tacones altos, muy incómodo para pies no acostumbrados desde la infancia. En lugar de botas de goma para la temporada de lluvias, todos usan zuecos. Estos son aparatosos, con suela de madera gruesa, abiertos por el talón y los dedos, fáciles de poner y sacar sin usar las manos, pero muy difíciles de manejar con gracia para un extranjero. El manto español, un chal de tela negra lisa o de encaje, elegantemente colocado sobre la cabeza y los hombros, que solía ser un elemento indispensable del vestuario de la dama chilena para toda ocasión en la calle, ahora solo se usa de forma visible en la iglesia. En otros lugares, lamentablemente, tanto para su belleza como para sus bolsillos, las damas han caído presa de la moda moderna. Sin embargo, se considera elegante que las damas aparezcan en la calle o la plaza por la tarde o noche sin otro adorno en la cabeza que flores, de las cuales florecen muchas y bellas variedades al aire libre durante todo el año. En la iglesia, las mujeres nativas de todas las clases sociales usan el manto, de modo que la congregación, compuesta principalmente por mujeres arrodilladas, cada una sobre su propio tapete, presenta al ojo inexperto de un extranjero muy pocas diferencias entre ricas y pobres. No obstante, hay una distinción en la forma de llevar el cabello que el manto no puede ocultar del todo a un observador atento: las mujeres de alta sociedad lo llevan recogido en un moño en la parte superior de la cabeza, mientras que a todas las mujeres de clases bajas se les prohíbe estrictamente, por normas sociales, presentarse con el cabello de otra forma que no sea en una o dos trenzas rectas cayendo por la espalda.

La vestimenta diaria de las mujeres pobres consiste en una blusa suelta de cualquier material barato, usada con una falda, generalmente de diferente color, predominando el negro. La mayoría de esta clase, tanto hombres como mujeres, están muy mal y escasamente vestidos y, por lo general, van descalzos en toda ocasión. Las calles frente a sus viviendas están llenas de niños, a menudo casi desnudos, cubiertos de piojos, suciedad y llagas como resultado de su forma de vida y falta de cuidado.

En la base de la escala social en Chile están las lavanderas, que forman una clase aparte. A pesar del gran número de sirvientes en cada casa, no se lava ropa dentro del hogar. Incluso los sirvientes domésticos, que ganan solo tres o cuatro dólares al mes, envían su ropa a lavar afuera. Las lavanderas recogen la ropa, la transportan en grandes bultos sobre la cabeza hasta un río, arroyo, vertiente o charca para lavarla.

Hay una prenda masculina que debe mencionarse al hablar del traje típico: el poncho. Se puede describir mejor como una manta cuadrada o rectangular con una abertura en el centro lo suficientemente grande para pasar la cabeza, cayendo suelta desde los hombros, llegando generalmente hasta un poco más abajo de la cintura, aunque a veces hasta las rodillas. Estos ponchos son usados por los nativos de clase media y baja en lugar de abrigo, especialmente por quienes viven en el campo. Grupos de vaqueros montados u otros campesinos pueden verse a menudo entrando a la ciudad vestidos con ponchos de varios colores, presentando un aspecto muy pintoresco. Cabe mencionar que montar a caballo es el medio de transporte favorito en el campo, ya sea por negocios o placer, ya que hay pocos caminos y están en malas condiciones para carruajes. Los jinetes nativos parecen haber nacido en la silla, y su estilo salvaje de montar despertaría la envidia del típico vaquero del oeste.

El típico carro de bueyes chileno es el medio de transporte rural por excelencia. Se pueden adquirir carretas y vagones de estilo y fabricación extranjera, pero son costosos, y muchos agricultores y carreteros se las arreglan con un simple aparato casero construido así: el campesino chileno va al bosque, corta un gran árbol, le sierra un par de secciones de unos 15 cm del tronco, les hace un agujero en el centro para el eje, coloca el eje y lo une a una estructura rudimentaria, y el carro está listo. Con el uso, los agujeros del eje se agrandan, a veces más de un lado que del otro; y de todos los ruidos horribles que hayan golpeado el oído humano, ninguno supera al producido por una procesión de estos carros, cargados con productos agrícolas o mercancías, cuando son arrastrados lentamente por las calles del pueblo o los caminos rurales llenos de baches y barro por bueyes con yugos atados a sus cuernos con correas de cuero.


                                                          (Foto: élder Kent Francis)

La primera experiencia de un extranjero recién llegado al país, al ser transportado desde la estación o el muelle por un cochero típico, suele dar un buen sacudón a sus nervios. A estos conductores a menudo se les ofrecen premios por parte de sus empleadores como incentivo para conseguir clientes, así que cada uno intenta superar al otro. Una vez que los pasajeros están sentados, parten como locos, con los caballos al galope, excitados y azotados sin piedad por los largos látigos. Con una docena o más de estos coches tirados por tres caballos, yendo a toda velocidad por una calle, con un aparente desprecio por la propiedad, la integridad física o la vida, uno suele lamentar rápidamente no haber caminado o tomado el tranvía. Pero rara vez ocurren accidentes y, salvo por la compasión hacia los caballos, uno termina por aceptar este tipo de transporte público con un grado aceptable de resignación.

Hablando de tranvías, cabe mencionar una costumbre peculiar del país: todos los cobradores de los tranvías son mujeres jóvenes.

Existe una atmósfera de desconfianza en todas las interacciones entre los sexos, lo cual representa una gran barrera para la sana libertad de interacción social que disfrutan las personas en nuestro país. A partir de los siete años, niños y niñas son completamente separados en las escuelas diurnas, con edificios y patios diferentes. Ninguna joven puede aparecer en la calle, de día o de noche, sin estar acompañada por una pariente mayor o una sirvienta, sin violar las leyes de la vigilancia social que buscan protegerlas.

En los hogares de las clases acomodadas, los niños, especialmente los pequeños, son dejados casi completamente al cuidado de los sirvientes. Son consentidos o reprendidos según el capricho de sus cuidadores, y por lo general están bastante malcriados, tanto en carácter como en moral, debido al trato que reciben. La irregularidad y el exceso en la comida y bebida son hábitos formados en la infancia y mantenidos toda la vida. El típico cartel de restaurante "Comidas a toda hora" sería apropiado para cualquier hogar chileno. Aunque se intenta mantener cierta regularidad, tienen cinco comidas diarias, servidas más o menos así:

  • Desayuno (desayuno), de siete a nueve: café o chocolate y panecillos calientes, a veces con un poco de fruta o queso. Esto se sirve habitualmente a las damas de sociedad en la cama.
  • Almuerzo, de once a una: una comida completa con varios platos, empezando siempre con la cazuela, una sopa típica que solo una cocinera nativa puede preparar bien.
  • Las onces, de dos a cuatro: una merienda de pan con mantequilla, pastel y té, a menudo con fruta o dulces.
  • Comida (cena), a las seis: la gran comida del día. Aunque uno se pregunte cómo pueden tener hambre después de haber comido tres veces (además de dulces, frutas, vino o algo más fuerte entre comidas), la forma en que el chileno promedio ataca su cena no sugiere que haya comido algo antes.
  • Después del teatro, del paseo por la plaza —el gran salón al aire libre de cada ciudad o pueblo grande—, o de una velada con amigos en casa o en el club, se sirve un té ligero; y finalmente, después de fumar un cigarrillo (probablemente el vigésimo del día) y vaciar la jarra de vino, nuestro primo chileno, lleno hasta el tope, se va a dormir.

Hay algo peculiar en el clima de Chile. Excepto en el extremo norte, es muy estimulante, y los médicos dicen que las exigencias de la salud requieren comer más seguido y en mayores cantidades que en la mayoría de los países. Tal vez esta opinión tenga un sesgo interesado, pero algo es cierto: médicos y farmacéuticos engordan y se enriquecen rápidamente gracias a la abundante clientela. La homeopatía no es popular como práctica médica: el chileno típico cree en tratamientos heroicos a base de medicamentos. Si está enfermo, nunca piensa en ayunar como remedio; quiere su medicina, como su comida, fuerte, bien condimentada y abundante, algo que lo mate o lo cure rápido. Los chilenos envejecen prematuramente, y las mujeres pierden su lozanía y belleza incluso antes de los veinte; a los cuarenta, muchas de ellas, especialmente de las clases bajas, parecen tan arrugadas y avejentadas como si tuvieran ochenta.

Las calles principales de pueblos y ciudades promedio están bordeadas de edificios bajos y sólidos de ladrillo, con muros enlucidos con cemento y techos de tejas. Las casas de las clases altas suelen tener todas las habitaciones en la planta baja, alrededor de un amplio patio abierto, adornado con flores y arbustos, y a veces con una fuente en el centro. El nuevo atractivo de todas las ciudades es la plaza, donde la gente se reúne en gran número para conversar, pasear y disfrutar de conciertos al aire libre, que les encantan.

En algunas de las principales ciudades, los edificios del estilo arquitectónico antes descrito están siendo reemplazados por estructuras altas de estilo moderno. Esto es especialmente cierto en Concepción y Valparaíso, los dos grandes centros comerciales, y en Santiago, la capital. Esta última ciudad, que compite con Buenos Aires por el título de “París de Sudamérica”, tiene calles, edificios gubernamentales, residencias, tiendas, iglesias y otros edificios públicos que serían motivo de orgullo para cualquiera de nuestras ciudades del norte.



[1] Deseret News 2 de marzo de 1891 Vol XLIII Nº 19 p. 592.

[2]  Juvenile Instructor, 1º de mayo de 1892.

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