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jueves, 8 de mayo de 2025

La Visita del Presidente Hinckley a Chile en 1999.

 

La Visita del Presidente Hinckley a Chile en 1999.

 Por Rodolfo Acevedo.

            Fiel a su promesa de compartir su testimonio con muchos miembros de la Iglesia en todo el mundo, mientras el Señor le diera fuerzas para viajar el Presidente Hinckley llegó a Santiago en abril de 1999 para presidir una Conferencia Regional.

 

Conferencia Regional , 25 de abril de 1999.

Estadio Monumental.

 

 

“Unos estimados 57,500 miembros de la Iglesia y amigos se reunieron en un estadio de football para escuchar hablar al Presidente Hinckley en una conferencia regional en Santiago, Chile”

 

            “La reunión del presidente Hinckley con los 57,000 santos chilenos en Santiago fue considerada como la reunión internacional más grande de Santos de los Últimos Días que jamás se haya realizado. Entre la oraciones dedicatorias del nuevo templo de Bogotá, Colombia, el presidente Hinckley voló a Santiago en un jet privado, acompañado de su querida esposa Marjorie para presidir esta reunión, a la cual asistió poco màs del 10% de la población mormona de Chile”. Así  informó la revista The Ensign en su edición de mes de Julio de 1999.

            Esta vez la reunión fue en el Estadio Monumental, en un día que se presentaba lluvioso hasta el momento en el Presidente Hinckley se paró para hablar. Al concluir la reunión, la lluvia volvió a caer con fuerza.

 

           

Parte de la congregación reunida bajo la lluvia en el Estadio Monumental esperando el inicio de la reunión.

 

 

El texto de su mensaje en esta ocasión fue el siguiente:

 

“Es difícil creer lo que estoy viendo. Me han dicho que hay cincuenta y tres mil de ustedes aquí. Tengo dificultad para aguantarme las lágrimas. Me siento tan profundamente agradecido por su presencia, por el gran esfuerzo que ha  hecho para estar aquí hoy día, por sus sacrificios para venir, por su disposición a sentarse en el frío. Que el Señor les pueda bendecir por su amor por Él.

Ahora estamos aquí, ayer dedicamos un nuevo templo. Es una hermosa y magnífica estructura. Es un templo hermano del que ustedes tienen aquí en Santiago y en unos pocos meses más dedicaremos otro templo en Guayaquil, Ecuador.

Esta tierra está siendo bendecida con santos templos. Tenemos uno en Santiago, uno en Argentina, uno en Brasil, uno en Perú. Ahora uno en Bogotá, otro que está por venir en Uruguay, otro viniendo en Venezuela, y dentro de poco construiremos uno en Asunción, Paraguay, estamos construyendo uno en Bolivia. Así que el tiempo no está muy distante cuando en cada nación de Sudamérica excepto Guyana y Surinam habrá santas Casas del Señor para bendecir a la gente.

Y yo hoy día quiero implorarles a ustedes que puedan vivir  dignamente, para que puedan ir a la casa del Señor y participar  de las maravillosas bendiciones que pueden tener solamente en ese lugar.

Nosotros tenemos una cantidad grande de miembros devotos de la Iglesia acá que van al Templo. Pero tenemos miles y decenas de miles que no van.

A ustedes  mis hermanos y hermanas, a ustedes a quienes amo tanto, les suplico esta mañana que pongan sus vidas en orden  para que puedan calificar para tener una recomendación para el Templo, para ir a la Casa del Señor, esta hermosa casa en Santiago, para recibir las bendiciones que no pueden llegar a ustedes en ningún otro lugar de toda esta gran nación.

Estaba en el hospital de Salt Lake City un día, para administrar a un hombre y cuando estaba saliendo de su cuarto, la enfermera se me acercó y me dijo “hay una mujer al final del pasillo que necesita una bendición. Ella tiene 27 años de edad, es la madre de una joven familia y tiene cáncer, y la verdad es que está seriamente enferma”. Yo dije –espero que su esposo esté allí para asistirme, para administrarle- y la enfermera dijo, “él está allí, pero no es digno para asistir”. Ahora, mi hijo estaba conmigo así es que fuimos a su habitación y mientras su esposo estaba sentado  en una silla, mi hijo la ungió y yo sellé la unción. Miré a ese hombre, su esposo, que había sido muy descuidado en su forma de vivir, quien había sido miembro de la Iglesia toda su vida, pero que no había valorado su membresía en la Iglesia lo suficiente para poder calificar y poder llevar a su esposa a la Casa del Señor. Y ahora, en ese momento de desesperada necesidad, él se sentó ahí, teniendo su cabeza entre sus manos, llorando, orando, esperando que su esposa pudiera vivir lo suficiente para poder llevarla a la Casa del Señor para que pudiera ser así una familia para siempre.

Ahora les pido a ustedes, aquí esta mañana, hermanos y hermanas, y niños, hermosos niños y niñas. ¿Son suyos? ¿Están sellados a ustedes? ¿Serán suyos para siempre, aún cuando la muerte les ataque?, ¿Serán suyos por tiempo y toda la eternidad?.  Mis hermanos y hermanas, ustedes quienes no han estado en la Casa de Dios, yo les suplico esta mañana con todo el poder que tengo, empiecen hoy a arrepentirse del pasado, para que pongan sus vidas en orden, para que ustedes puedan ir allí y sellar a ustedes a aquellos a quienes ustedes más aman y que son más queridos para ustedes. Dios les bendiga, que Dios les bendiga para hacer esto.

Como dijo Élder Nelson, participen de la Santa Cena, cada semana participen de la Santa Cena. Congreguen a sus familias alrededor de ustedes para tener noches de hogar. Léanles las escrituras, hablen con ellos, sean amistosos con ellos, oren con ellos, acérquenlos a ustedes.

Paguen sus diezmos, para que ustedes puedan ser elegibles para las bendiciones del Señor. No sé como Él podría bendecirles si ustedes no viven dignamente de sus bendiciones, si no le devuelven a Él un pequeño monto de aquello con lo que Él les bendice.

Yo estuve en China una ocasión, en Taiwan y escuché a un hombre compartir su testimonio sobre el diezmo y dijo: mi esposa y yo fuimos a la Iglesia, los misioneros nos habían enseñado, ellos nos enseñaron la ley de los diezmos y fuimos bautizados. El día vino en que nosotros teníamos que pagar el diezmo y mi esposa y yo debíamos ir al Presidente de la Rama y pagar nuestro diezmo, y le dije a ella: no podemos, no tenemos suficiente dinero, nosotros no podemos pagar el diezmo. Ella dijo: nosotros hicimos la promesa cuando nos unimos a la Iglesia de que nosotros pagaríamos los diezmos, entonces oramos acerca de esto. Entonces fuimos a nuestro pequeño dormitorio y nos arrodillamos y pedimos al Señor que nos diera la fe para pagar los diezmos y que pudiéramos tener comida para poder comer. Entonces solitariamente caminamos hasta la casa del Presidente de la Rama y le presentamos nuestros diezmos y nos fuimos de regreso a casa. Me volví a mi esposa y le dije: ahora no sé donde vamos  a conseguir dinero para obtener arroz, teníamos poco para la semana. La próxima semana fui a trabajar y mi jefe me llamó a su oficina y me dijo: señor Lu, le he estado observando, usted ha sido un muy buen empleado así es que le estoy dando un aumento de sueldo. Y él me dio un sobre, y cuando fui a mi escritorio y abrí el sobre tenía exactamente la misma cantidad de dinero que habíamos usado para pagar nuestros diezmos y fui al Señor y lloré, lloré de agradecimiento al Señor por sus bendiciones sobre nosotros.

Ahora muchos años han pasado, ese  hombre ahora es viejo, aún sigue fiel, y él aún comparte este mismo testimonio, él ha sido prosperado por el Señor y ha sido bendecido  en forma maravillosa.

Hermanos, pongan su fe en Dios, pongan su confianza en el Señor, Él es quien hace la promesa que abrirá las ventanas de los cielos y derramará bendiciones hasta que no habrá lugar para recibirlas.

Ahora, eso no significa que todos nos vamos a hacer ricos, pero significa que seremos bendecidos por el Señor.

Veo que hay un anuncio aquí en este estadio que dice “Just do it” (sólo hazlo), sólo háganlo, confíen en el Señor.

Yo siento que debo prometerles a ustedes que Él les bendecirá y que serán abiertas a ustedes las puertas del Templo del Señor para que ustedes puedan ir allí y disfrutar de estas ricas y grandes bendiciones y ustedes serán unidos para siempre como familia, como esposos y esposas, como padres e hijos, viviendo juntos en amor y respeto los unos por los otros.

Bueno es suficiente por ahora, el hermano Rodolfo Acevedo escribió un informe acerca de que yo vine aquí el año 1969, las montañas estaban secas, había existido en ese tiempo una terrible sequía en Chile, que no había habido lluvia por un tiempo muy largo y yo estuve en esa ocasión  para dedicar una capilla en La Cisterna. Durante la dedicación yo oré y pedí al Señor por humedad y más tarde en la misma semana dediqué otro edificio en Talcahuano, allí también rogué al Señor por lluvia. Había llovido escasamente durante dos años. Ahora estas son las palabras del Hermano Acevedo: “al día siguiente de la visita del Presidente Hinckley, la lluvia comenzó a caer desde el Sur de Chile. Las nubes comenzaron a moverse hacia el Norte trayendo la ansiada lluvia a todo el país, aún a Antofagasta llegó, donde la lluvia es bastante escasa, hubo dos lluvias torrentosas”. En Concepción la lluvia duró por treinta días y los santos sugirieron  que yo regresara para que la lluvia parara. El hermano Acevedo dice que la lluvia fue la respuesta a la fe y oraciones.

            Yo recuerdo esa ocasión hace treinta años atrás, recuerdo haber rogado por lluvia, y recuerdo reportes que la lluvia cayó sobre la tierra. Yo creo que fue una respuesta a la fe y oraciones de los Santos de los Últimos Días, entonces muy pocos, su fe vino para bendecir a toda la nación.

Y me gustaría decirles a ustedes, que si ustedes viven el Evangelio, si ustedes viven en fe, si ustedes hacen lo que deben hacer, no sólo ustedes serán bendecidos, sino que todo este pueblo será bendecido, porque el Dios de los cielos sonreirá con amor para ustedes y a la tierra donde ustedes moran.

            Ahora, yo he estado viniendo por varios años. Yo organicé la primera estaca aquí en 1972, vine aquí para organizar lo que los hermanos consideraban  lo suficientemente grande para organizar una estaca, pero en el proceso de organizar esa estaca yo entrevisté a todos los hermanos, todos los líderes del sacerdocio y encontré que no estaban pagando sus diezmos, eso fue el sábado y no sabía que hacer. Oré esa noche en la vieja casa de la Misión en Las Condes, pidiendo guía al Señor para saber que hacer. En la próxima mañana cuando nos reunimos en la capilla de Ñuñoa, tristemente le dije a la gente que había venido para organizar una estaca, pero que había encontrado que no estaban pagando sus diezmos, y que no estaban listos…Volví…y les entrevisté nuevamente, y descubrí que la fe había reemplazado la duda y que la gente estaba pagando sus diezmos y nosotros organizamos la estaca, con el Hermano Carlos Cifuentes como su Presidente, un hombre muy humilde y maravilloso que fue llamado para presidir sobre esta estaca de Sión y el Hermano Jaramillo, quien ofreció la primera oración esta mañana, como uno de sus consejeros, hombres de fe. Ahora al ver al hermano Jaramillo hoy día me maravillo como él ha crecido en la Iglesia, un buen y gran líder, un hombre de gran fe.

Ahora hermanos míos, sean verdaderos con el Señor, Él es su fuerza, Él es su salvación. Es Él quien puede bendecirlos, es Él quien desea bendecirlos. Búsquenlo a Él por cada don y cada bendición. Arrodíllense y oren, y párense en sus pies y hagan su voluntad y pongan su confianza y fe en Él que Dios les bendecirá. Yo, como sirviente de Él les hago esa promesa. Sólo háganlo.

Pronto tendremos que dejarlos para ir a Bogotá, para poder terminar con la dedicación del Templo. La verdad es que no puedo dejar esta gran congregación, hay algo maravilloso en su presencia aquí, suficiente para hacerlo llorar a uno. Gracias, gracias por venir. Soy un hombre viejo, viajo por todo el mundo por el interés de esta obra, por muchos años e ido regresando entre los Santos de los Últimos Días bajo la autoridad del Santo Apostolado, y como he llegado a amarlos. No me interesa el color de su piel, no me importa la forma de sus ojos, no me interesa la lengua que hablen, sólo me interesa su bondad, su fidelidad, el amor que tengan por el Señor.

Sean buenos, sean amables unos a otros. Padres honren su sacerdocio, amen y traten bien a sus esposas. Esposas amen a sus esposos y ayúdenlos, ellos necesitan ayuda.

            Padres sean amables con sus hijos, no necesitan recriminarlos o pegarles, sólo necesitan amarlos y orar con ellos y ellos serán buenos y ustedes se sentirán orgullosos de ellos al verlos crecer como fieles Santos de los Últimos Días.

Sean honestos en todo lo que hacen, no roben, no hagan trampas. Hagan todas las cosas con honradez con sus vecinos, con sus empleadores, con todos los que se asocian. Nosotros creemos en ser honestos y ser verdaderos y virtuosos y buenos.

Dios les bendiga, dejo mi oración con ustedes, dejo mi bendición sobre ustedes. No sé si alguna vez  podré regresar aquí nuevamente. Así lo espero, pero cada año se me vuelve más difícil viajar al ponerme más viejo. Voy a tener ochenta y nueve años de edad en junio y cuando ustedes llegan a  ser así de viejos, nunca saben cuanto van a  durar. Pero siempre voy a llevar conmigo amor en mi corazón por la grandiosa, buena, maravillosa y humilde gente que he conocido aquí en Chile, en esta gran ciudad de Santiago, aún hasta más al Sur de Concepción donde el viento corre tan fuerte, y todo hacia el Norte a través de todas las grandes tierras del desierto. Entre aquí y Antofagasta y aún hasta Arica. Que las bendiciones del cielo puedan estar sobre ustedes, y que pueda haber paz, amor, bondad en sus corazones, y que el amor del Salvador esté siempre con ustedes.

Recuerden y nunca olviden, que Dios está en los cielos, que Él es su Padre y mi Padre, y que Él es el Padre de su Unigénito en la carne, el Señor Jesucristo quien vivió y murió por cada uno de nosotros y después de muchos años de apostasía desde que Él había resucitado de los muertos; ellos, el Padre y el Hijo, aparecieron nuevamente y el velo se descorrió. En esta dispensación del cumplimiento de los tiempos, trajo de vuelta el Sacerdocio con todo su poder, dones y autoridad y la verdadera Iglesia del Señor que lleva Su santo  nombre, aún el nombre de Jesucristo, es el deseo del Padre bendecirnos y nosotros debemos poner nuestra confianza en Él. Una vez más, sólo háganlo (“Just do it”), sólo háganlo. Dios les bendiga, Dios esté con ustedes hasta que nos veamos otra vez, sólo háganlo. Que Dios esté con ustedes hasta que nos veamos nuevamente. Les dejo mi testimonio, les dejo mi propio testimonio, les dejo mi bendición, les dejo mi amor. En el nombre de Jesucristo, amén”

           

 

 

 

El Presidente Hinckley y su esposa Marjorie tras su visita a Chile en 1999 se dirigen al avión que los llevará de regreso a Colombia, para seguir participando en las ceremonias de la dedicación del Templo de Bogotá.

 

           

           

           

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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