miƩrcoles, 14 de mayo de 2025

La Guerra Civil de 1891 en Chile Una Noticia en las MontaƱas Rocosas

 

 

La Guerra Civil de 1891 en Chile

Una Noticia en las MontaƱas Rocosas

Rodolfo Acevedo 

 

Presidente JosƩ Manuel Balmaceda

 

AĆŗn cuando los antecedentes que tuvieron nuestros antepasados sobre los mormones fueron muy escasos en el siglo XIX, estos por su parte en sus publicaciones en los Estados Unidos pudieron informarse sobre Chile y los chilenos y en particular publicaciones como Deseret News en la ciudad de Lago Salado y otras como el Juvenile Instructor escribieron sobre hechos tan relevantes de nuestra historia como, la Guerra del PacĆ­fico,  la Guerra Civil de 1891 y otros escritos que informaban sobre la vida en nuestro paĆ­s.

 

El siguiente texto es un buen ejemplo de lo expresado mÔs arriba en alusión a la Guerra Civil de 1891 en Chile.

 

“Parece probable que el actual gobierno de Chile serĆ” destruido. Lo que en otro tiempo habĆ­a sido llamado una insurrección estĆ” asumiendo el carĆ”cter de una revolución tal que terminarĆ” con el actual gobierno, y resultarĆ” en el establecimiento de uno nuevo…hace unos dĆ­as atrĆ”s las fuerzas revolucionarias y del gobierno libraron una batalla, el resultado de la cual, tal como esta contenido en los despachos de la prensa, evoca los dĆ­as de la barbarie. Los insurgentes parecen haber sido intoxicados por el Ć©xito obtenido, y son presentados como no dando cuartel a las tropas del gobierno - aĆŗn cuando estos Ćŗltimos yacĆ­an heridos e indefensos…esta es probablemente una imagen exagerada  de la conducta de los victoriosos, porque se concede que ellos tomaron 1,000 prisioneros;  pero el hecho es que 1,700 fueron muertos, y 1,500 resultaron heridos entre las fuerzas del gobierno, mientras que los insurgentes no perdieron sino unos cuantos cientos, lo cual indicarĆ­a que estos Ćŗltimos lucharon con gran ferocidad”.[1]

 

 

            El seguimiento que se hace de la guerra en Chile por parte de la prensa en un lugar tan lejano para aquellos dĆ­as, como lo eran las montaƱas rocosas de Utah,  en el momento en que se van sucediendo los acontecimientos es algo que me impresionó y que sin duda deja abierto nuevos campos para la investigación sobre este tema histórico chileno mirado con ojos extranjeros.

 

 

El siguiente artƭculo es otro ejemplo del interƩs de las publicaciones mormonas en los Estados Unidos por Chile en el siglo XIX.

 

 

The Juvenile Instructor Organ For Young Latter-Day Saints (El Instructor Juvenil Ɠrgano Para los Jóvenes Santos de los Últimos DĆ­as), fue una publicación dedicada a los jóvenes Santos de los Últimos DĆ­as norteamericanos, la que en su edición del dĆ­a 1Āŗ de mayo de 1892 publicó una completa visión de la sociedad chilena de fines del siglo XIX:

 


 

 

Vista de Santiago

 

La "RepĆŗblica de la Estrella Solitaria" es el tĆ­tulo comĆŗnmente usado por la gente de Chile para nombrar a su paĆ­s. El apelativo es sugerido por su bandera nacional. La mitad inferior de su bandera es roja, sobre el cuadrado interior de la mitad superior hay una gran estrella blanca sobre un fondo azul, y el resto de la bandera es blanca. Es una feliz concepción de los chilenos hablar de su estrella solitaria como formando parte de la misma galaxia que se despliega sobre nuestro emblema nacional, y por mucho tiempo han deseado tener un reconocimiento mĆ”s cordial de la "Gran RepĆŗblica", como ellos llaman a nuestro paĆ­s…

 

 

 

Conductora de carros chilena

 

La mención de Chile para el lector promedio evoca un cuadro mental formado en los días de escuela, y que tiene los siguientes contornos:

Una larga franja de costa, unos pocos y dispersos pueblos de respetables dimensiones, un fondo montaƱoso de cumbres nevadas, con una población con mezcla de sangre espaƱola e india, de escasa civilización y con recursos de escaso valor para cualquier extranjero pero no asĆ­ para ellos. Fue una sorpresa para el escritor (y probablemente tambiĆ©n lo ha sido para muchos otros) descubrir durante una reciente visita allĆ­, que Chile no era, despuĆ©s de todo, un paĆ­s tan pequeƱo como habĆ­a sido primeramente supuesto. En verdad no es muy ancho, medido de Este a Oeste, pero lo que le falta en anchura es compensado ampliamente por su extensión…

 

 

 

Vista de ValparaĆ­so de fines del siglo XIX.

 

Hay probablemente en Chile mĆ”s "sangre azul" espaƱola que en cualquier otro Estado Sudamericano. Los descendientes directos de los antiguos seƱores espaƱoles y de los propietarios de la tierra por derecho original desde los tiempos de los conquistadores son la clase gobernante hoy dĆ­a, y ellos son los dueƱos de la mayor parte de las propiedades del paĆ­s. Orgullosos, jactanciosos, apasionados, aficionados al buen vestir y al lucimiento personal, descuidados…en sus hĆ”bitos sociales y en la vida domestica y con escasas restricciones religiosas…mientras que la idea de ensuciarse o endurecerse las manos con cualquier clase de trabajo manual ha sido mirado con desdĆ©n, y aĆŗn la activa carrera mercantil ha sido tenazmente resistida, para llegar a ser un caballero chileno "a lo hacendado", ellos tienen cierta predilección por la profesiones aprendidas, como la abogacĆ­la y la medicina. Se han mostrado a si mismos con gran predilección por la polĆ­tica, y muchos adoptan la carrera sacerdotal.

 

 

 

 

Entre los que pertenecen a la clase media estĆ”n los comerciantes, los pequeƱos abasteros, los mecĆ”nicos, los artesanos y los campesinos. La clase media tiene mĆ”s sangre mezclada, y constituyen la parte mĆ”s osada e industriosa  de la población, aĆŗn cuando en sus hĆ”bitos de trabajo, todas las clases en Chile tienen la tendencia a tomar la vida con liviandad...

NingĆŗn chileno hace hoy lo que puede dejar para maƱana. MaƱana es generalmente la primera palabra que un extranjero aprende a distinguir despuĆ©s de llegar al paĆ­s, y si resulta ser un yanqui reciĆ©n llegado de los Estados Unidos, lleno de energĆ­a y empuje, escucharĆ” esta palabra como sinónimo de paciente y desalentadora postergación con casi insoportable frecuencia. Pero aĆŗn cuando no es naturalmente dado a la aplicación responsable en las labores ordinarias del trabajo; si hay cualquier agitación que amenace terminar en pelea, puede estar seguro de que el chileno promedio es muy despierto, como para estar en medio de la batahola de los primeros y para ser el Ćŗltimo en retirarse. En la guerra especialmente, como lo ha sido recientemente tan tristemente demostrado, ellos son furiosos combatientes; y su valentĆ­a en el campo de batalla es su mayor orgullo”.[2]

 

Los peones, que suman alrededor de un tercio de la población, son un interesante tema de estudio. Ellos son la clase de los siervos, y, tal como la sociedad estÔ constituida, un mal necesario. Ellos viven, en su mayor parte, con un estilo medio gitano y medio siervo, y como clase son thriftles, sin rumbo, ignorantes, envilecidos, ladrones, supersticiosos, y desagradables tanto en apariencia como en disposición. Sus habitaciones se pueden ver por todo el país a las orillas del camino En los rincones apartados de los grandes fundos; en los grandes pueblos y ciudades, en los suburbios y callejones, en terrenos que de otro modo estarían vacíos, en pequeñas casuchas con paredes de adobe o ladrillo, techos de paja o tejas, sin piso, sucias, y, en la estación lluviosa (que en el sur del país dura varios meses), húmedas y lúgubres, se hacinaban familias enteras en un solo cuarto. Estas personas viven, ostensiblemente, para el servicio y los pequeños trabajos. Toda familia que pretenda cierta posición mantiene regularmente un séquito de entre tres y una docena de personas de esta clase, ocupadas en distintas labores o simplemente holgazaneando. Atenderlas es una gran preocupación para la ama de casa: todos ellos necesitan vigilancia constante. Roban y se llevan todo lo que encuentran en una casa sin temor a ser descubiertos, y son expertos en ello. Volubles, quejosos, propensos a discutir con sus empleadores, estÔn continuamente yéndose o siendo despedidos, solo para ser reemplazados rÔpidamente por otros que no son mejores, a menudo peores.

Por regla general, ninguna mujer de clase alta sabe cocinar, y ninguna consideraría rebajarse hasta el punto de barrer su propia habitación o hacer sus compras para la mesa. Las convenciones sociales también hacen que los hombres de sociedad sean igualmente inútiles en estos aspectos; así que, aunque los peones no sean confiables, saben que son necesarios, y tienen, en gran medida, la sartén por el mango.

Existen una o dos provincias en Chile todavƭa habitadas casi en su totalidad por tribus aborƭgenes que corresponden a nuestros indios norteamericanos; y aunque los indƭgenas del sur son menos salvajes y vengativos que los de nuestro paƭs, son lo suficientemente revoltosos y Ɣsperos como para hacer que la vida en la frontera sea mƔs emocionante que segura.

Los extranjeros residentes, aunque no son relativamente numerosos, estÔn desempeñando un papel importante en el desarrollo del país. Son principalmente europeos: ingleses, alemanes, italianos, franceses, con dos o tres colonias suizas recién llegadas y una pequeña cantidad de estadounidenses. La mayor parte del comercio exterior estÔ bajo su administración.

Chile posee una gran riqueza agrĆ­cola y mineral, tanto actual como potencial. Existe un comercio de exportación creciente en trigo y otros productos del suelo. Las tierras son fĆ©rtiles, y en las provincias del centro y sur son favorables tanto para el cultivo como para la ganaderĆ­a. Sin embargo, solo se utilizan los mĆ©todos agrĆ­colas mĆ”s primitivos, aunque los implementos y tĆ©cnicas mejoradas estĆ”n comenzando a ser aceptados. El arado de madera es el instrumento principal para labrar, o apenas raspar, el suelo; pero la Madre Tierra es muy generosa: se la “hace cosquillas” con un palo y responde con una cosecha abundante. Todos los tipos comunes de frutas y cereales conocidos en nuestro paĆ­s son autóctonos. Los viƱedos y naranjales, que rivalizan en productividad con los de California y Florida, estĆ”n multiplicĆ”ndose; de hecho, una nueva era agrĆ­cola estĆ” amaneciendo. Algunos de los terratenientes estĆ”n administrando ellos mismos sus fundos, en lugar de arrendarlos como se hacĆ­a antes, y se estĆ”n estableciendo colegios agrĆ­colas y estaciones experimentales.

En cuanto a riqueza mineral, también, Chile estÔ indudablemente muy bien dotado. Posee algunas de las minas de cobre mÔs ricas del mundo, grandes y aparentemente inagotables vetas de plata en sus montañas, casi sin explotar, y yacimientos de oro descubiertos recientemente que, según los expertos, podrían rivalizar con los de California. Pero actualmente, una de las principales fuentes de riqueza nacional son las salitreras de la provincia de TarapacÔ. Este territorio, cedido condicionalmente, es parte de la indemnización exigida por Chile a Perú. Esta región, que en apariencia es un desierto absolutamente estéril e inútil, es en realidad una fuente de ingreso asombrosamente productiva, tanto para las empresas locales como para el tesoro nacional. Depósitos inagotables, conocidos como caliche, se transforman mediante procesos mecÔnicos y químicos económicos en cristales de nitrato de sodio, y grandes cantidades de este fertilizante y producto químico valioso se exportan anualmente a Europa y otros lugares.

Aunque la sociedad chilena estÔ en proceso de rÔpida transformación debido a la difusión de los modos de pensamiento y vida dominantes en Inglaterra y Estados Unidos, todavía persisten costumbres y hÔbitos de carÔcter distintivo nacional o racial. En cuanto a la vestimenta, las clases acomodadas de ambos sexos siguen en gran medida la moda parisina, excepto en lo que se refiere al calzado. Estos son de un estilo peculiar y nativo, con puntas largas, estrechas y tacones altos, muy incómodos para quienes no se han acostumbrado desde la infancia. En lugar de botas de goma durante la temporada de lluvias, todos usan suecos: toscos zuecos de madera, abiertos en el talón y la punta, que se pueden quitar y poner fÔcilmente sin usar las manos, pero muy difíciles de manejar con gracia para un extranjero. El manto español, un chal de tela negra simple o de encaje, elegantemente colocado sobre la cabeza y los hombros, alguna vez fue una prenda indispensable para toda dama chilena al salir a la calle, pero ahora se usa visiblemente solo en la iglesia. En otros contextos, y desafortunadamente tanto para su belleza como para sus bolsillos, las mujeres estÔn cayendo presa de la moda moderna. Sin embargo, se considera de buen gusto que las damas aparezcan en la calle o en la plaza por la tarde o en la noche sin otro adorno en la cabeza que flores, muchas y hermosas variedades de las cuales florecen al aire libre durante todo el año. En la iglesia, las mujeres nativas de todas las clases usan el manto, de modo que una congregación compuesta en su mayoría por mujeres arrodilladas, cada una sobre su propio tapete, presenta a los ojos inexpertos del extranjero poca diferencia entre ricas y pobres. Sin embargo, hay una distinción en la forma de llevar el cabello que el manto no logra ocultar del todo: las damas de alta sociedad llevan el cabello recogido en un moño sobre la cabeza, mientras que todas las mujeres de clase baja tienen prohibido por la norma social usar el cabello de otra manera que no sean una o dos trenzas rectas colgando a la espalda.

El atuendo cotidiano de las mujeres pobres consiste en una blusa suelta de cualquier material barato, acompaƱada de una falda, generalmente de color diferente, predominando el negro. La mayorƭa de esta clase, tanto hombres como mujeres, estƔn mal y escasamente vestidos, y por lo general andan descalzos en todo momento. Las calles frente a sus viviendas estƔn llenas de niƱos, a menudo casi desnudos, cubiertos de parƔsitos, suciedad y llagas producto de su forma de vida y la falta de cuidados.

En el nivel mÔs bajo de la escala social chilena estÔn las lavanderas, que forman una clase aparte. A pesar de la gran cantidad de sirvientes en cada casa, no se realiza el lavado dentro del hogar. Incluso las empleadas domésticas, que ganan solo tres o cuatro dólares al mes, envían su ropa a lavar fuera. Las lavanderas recogen la ropa, la llevan en enormes bultos sobre sus cabezas al río, arroyo, vertiente o charco de lluvia, para lavarla allí.

Hay un artículo de vestimenta masculina que merece ser mencionado: el poncho. Puede describirse mejor como una manta cuadrada o rectangular con una abertura en el centro lo suficientemente grande como para pasar la cabeza, cayendo libremente desde los hombros, llegando generalmente un poco mÔs abajo de la cintura, aunque a veces hasta las rodillas. Estos ponchos los usan los peones y la clase media en lugar de abrigos, especialmente en zonas rurales. Se pueden ver grupos de jinetes u otros campesinos montados que llegan al pueblo vestidos con ponchos de varios colores, y presentan un aspecto muy pintoresco. Cabe decir, de paso, que montar a caballo es un medio de transporte muy común para viajar por el campo, ya sea por negocios o por placer, ya que los caminos son escasos y en mal estado para conducir carruajes. Los jinetes nativos parecen haber nacido sobre el sillín, y su estilo de montar haría envidiar al vaquero promedio del oeste.

La carreta chilena tĆ­pica es el vehĆ­culo rural por excelencia. Se pueden conseguir carros y carretas de estilo extranjero, pero cuestan dinero, y muchos agricultores y transportistas se las arreglan con un rudimentario artilugio casero construido de la siguiente manera: el “Cousin Chileno” va al bosque, tala un gran Ć”rbol, corta dos secciones de unos quince centĆ­metros del tronco, les perfora un agujero para el eje, acopla un eje y un travesaƱo, monta un marco o rejilla burda, y la carreta estĆ” lista. Con el uso, los agujeros del eje se agrandan, a veces mĆ”s de un lado que del otro; y de todos los sonidos horribles y chirriantes que jamĆ”s hayan ofendido el oĆ­do humano, ninguno supera al de una procesión de estas carretas cargadas con productos agrĆ­colas o mercancĆ­as, mientras son arrastradas lentamente por bueyes con yugos rectos amarrados a sus cuernos con tiras de cuero, a lo largo de una calle de pueblo o entre los baches y lodazales del camino rural.

 

En los rincones apartados de los grandes fundos; en los grandes pueblos y ciudades, en los suburbios y callejones, en terrenos baldíos que de otro modo estarían desocupados, en pequeñas casuchas con muros de adobe o ladrillo, techos de paja o tejas, sin piso, sucias, y en la estación lluviosa (que en el sur del país dura varios meses) húmedas y lúgubres, familias enteras se hacinan en un solo cuarto. Viven, ostensiblemente, del servicio doméstico y pequeños trabajos. Toda casa con alguna pretensión mantiene regularmente un séquito de entre tres y una docena de personas de esta clase, empleados en diversas tareas o simplemente holgazaneando. Cuidarlos es una gran carga para el ama de casa: todos necesitan vigilancia constante. Roban y se llevan todo lo que pueden de una casa sin que se los descubra, y son expertos en ello. Volubles, quejumbrosos, propensos a discutir con sus empleadores, estÔn siempre renunciando o siendo despedidos, solo para ser reemplazados rÔpidamente por otros igual de malos, y muchas veces peores.

Por regla general, ninguna mujer de alta clase sabe cocinar, y ninguna se rebajaría a barrer su propia habitación o hacer las compras para la mesa. Las convenciones sociales hacen que los hombres también sean completamente inútiles en estos aspectos; así, aunque los peones son un grupo difícil, saben que son necesarios, y se aprovechan bastante de esta situación.

Hay una o dos provincias en Chile que aún estÔn ocupadas casi totalmente por tribus aborígenes que corresponden a nuestros indios norteamericanos; y aunque los indígenas del sur son menos salvajes y vengativos que los de nuestro país, son lo suficientemente problemÔticos y desagradables como para hacer que la vida en la frontera sea mÔs emocionante que segura.

Los extranjeros residentes, aunque no son muy numerosos, desempeƱan un papel importante en el desarrollo del paƭs. Son principalmente europeos: ingleses, alemanes, italianos, franceses, con dos o tres colonias suizas llegadas recientemente, y algunos pocos estadounidenses. La mayor parte del comercio exterior estƔ en sus manos.

Chile posee una gran riqueza agrĆ­cola y mineral, tanto actual como potencial. Hay un comercio de exportación en crecimiento de trigo y otros productos agrĆ­colas. Las tierras son productivas, y en las provincias del centro y sur son favorables tanto para la agricultura como para la ganaderĆ­a. Sin embargo, en general se utilizan mĆ©todos agrĆ­colas muy primitivos, aunque los implementos y mĆ©todos modernos estĆ”n ganando aceptación. El arado de madera es el implemento principal para romper —o mĆ”s bien raspar— la tierra; pero la Madre Tierra es muy amable: si la haces cosquillas con un palo, te devuelve una cosecha abundante. Todo tipo de frutas y cereales comunes en nuestro paĆ­s son autóctonos. Los viƱedos y naranjales, que rivalizan en productividad con los de California y Florida, estĆ”n multiplicĆ”ndose; de hecho, estĆ” amaneciendo una nueva era para la agricultura. Algunos terratenientes estĆ”n comenzando a administrar sus propiedades ellos mismos, en lugar de arrendarlas como antes, y se estĆ”n estableciendo colegios agrĆ­colas y estaciones experimentales.

En cuanto a riqueza mineral, Chile estÔ sin duda muy bien dotado. Posee algunas de las minas de cobre mÔs ricas del mundo, grandes y aparentemente inagotables vetas de plata en sus montañas, casi sin explotar, y yacimientos de oro descubiertos recientemente que los expertos consideran con potencial para rivalizar con los de California. Pero actualmente, una de las principales fuentes de riqueza nacional son las salitreras en la provincia de TarapacÔ. Este territorio, cedido condicionalmente, es parte de la indemnización exigida por Chile a Perú. Esta región, que a simple vista parece un desierto completamente estéril e inútil, es en realidad una fuente de ingresos increíblemente productiva, tanto para las compañías locales como para el tesoro nacional. Depósitos inagotables, conocidos como caliche, mediante procesos mecÔnicos y químicos económicos se transforman en cristales de nitrato de sodio, y grandes cantidades de este fertilizante y producto químico valioso se exportan cada año a Europa y otros lugares.

Aunque la sociedad chilena estĆ” en proceso de rĆ”pida transformación debido a la difusión de modos de vida y pensamiento dominantes en Inglaterra y Estados Unidos, aĆŗn prevalecen hĆ”bitos y costumbres de carĆ”cter nacional o racial mĆ”s o menos distintivos. En cuanto al vestido, las clases altas de ambos sexos siguen en gran medida la moda parisina, excepto en el calzado. Ɖste es de un estilo peculiar, con puntas largas y estrechas y tacones altos, muy incómodo para pies no acostumbrados desde la infancia. En lugar de botas de goma para la temporada de lluvias, todos usan zuecos. Estos son aparatosos, con suela de madera gruesa, abiertos por el talón y los dedos, fĆ”ciles de poner y sacar sin usar las manos, pero muy difĆ­ciles de manejar con gracia para un extranjero. El manto espaƱol, un chal de tela negra lisa o de encaje, elegantemente colocado sobre la cabeza y los hombros, que solĆ­a ser un elemento indispensable del vestuario de la dama chilena para toda ocasión en la calle, ahora solo se usa de forma visible en la iglesia. En otros lugares, lamentablemente, tanto para su belleza como para sus bolsillos, las damas han caĆ­do presa de la moda moderna. Sin embargo, se considera elegante que las damas aparezcan en la calle o la plaza por la tarde o noche sin otro adorno en la cabeza que flores, de las cuales florecen muchas y bellas variedades al aire libre durante todo el aƱo. En la iglesia, las mujeres nativas de todas las clases sociales usan el manto, de modo que la congregación, compuesta principalmente por mujeres arrodilladas, cada una sobre su propio tapete, presenta al ojo inexperto de un extranjero muy pocas diferencias entre ricas y pobres. No obstante, hay una distinción en la forma de llevar el cabello que el manto no puede ocultar del todo a un observador atento: las mujeres de alta sociedad lo llevan recogido en un moƱo en la parte superior de la cabeza, mientras que a todas las mujeres de clases bajas se les prohĆ­be estrictamente, por normas sociales, presentarse con el cabello de otra forma que no sea en una o dos trenzas rectas cayendo por la espalda.

La vestimenta diaria de las mujeres pobres consiste en una blusa suelta de cualquier material barato, usada con una falda, generalmente de diferente color, predominando el negro. La mayoría de esta clase, tanto hombres como mujeres, estÔn muy mal y escasamente vestidos y, por lo general, van descalzos en toda ocasión. Las calles frente a sus viviendas estÔn llenas de niños, a menudo casi desnudos, cubiertos de piojos, suciedad y llagas como resultado de su forma de vida y falta de cuidado.

En la base de la escala social en Chile estÔn las lavanderas, que forman una clase aparte. A pesar del gran número de sirvientes en cada casa, no se lava ropa dentro del hogar. Incluso los sirvientes domésticos, que ganan solo tres o cuatro dólares al mes, envían su ropa a lavar afuera. Las lavanderas recogen la ropa, la transportan en grandes bultos sobre la cabeza hasta un río, arroyo, vertiente o charca para lavarla.

Hay una prenda masculina que debe mencionarse al hablar del traje tƭpico: el poncho. Se puede describir mejor como una manta cuadrada o rectangular con una abertura en el centro lo suficientemente grande para pasar la cabeza, cayendo suelta desde los hombros, llegando generalmente hasta un poco mƔs abajo de la cintura, aunque a veces hasta las rodillas. Estos ponchos son usados por los nativos de clase media y baja en lugar de abrigo, especialmente por quienes viven en el campo. Grupos de vaqueros montados u otros campesinos pueden verse a menudo entrando a la ciudad vestidos con ponchos de varios colores, presentando un aspecto muy pintoresco. Cabe mencionar que montar a caballo es el medio de transporte favorito en el campo, ya sea por negocios o placer, ya que hay pocos caminos y estƔn en malas condiciones para carruajes. Los jinetes nativos parecen haber nacido en la silla, y su estilo salvaje de montar despertarƭa la envidia del tƭpico vaquero del oeste.

El típico carro de bueyes chileno es el medio de transporte rural por excelencia. Se pueden adquirir carretas y vagones de estilo y fabricación extranjera, pero son costosos, y muchos agricultores y carreteros se las arreglan con un simple aparato casero construido así: el campesino chileno va al bosque, corta un gran Ôrbol, le sierra un par de secciones de unos 15 cm del tronco, les hace un agujero en el centro para el eje, coloca el eje y lo une a una estructura rudimentaria, y el carro estÔ listo. Con el uso, los agujeros del eje se agrandan, a veces mÔs de un lado que del otro; y de todos los ruidos horribles que hayan golpeado el oído humano, ninguno supera al producido por una procesión de estos carros, cargados con productos agrícolas o mercancías, cuando son arrastrados lentamente por las calles del pueblo o los caminos rurales llenos de baches y barro por bueyes con yugos atados a sus cuernos con correas de cuero.


                                                          (Foto: Ć©lder Kent Francis)

La primera experiencia de un extranjero recién llegado al país, al ser transportado desde la estación o el muelle por un cochero típico, suele dar un buen sacudón a sus nervios. A estos conductores a menudo se les ofrecen premios por parte de sus empleadores como incentivo para conseguir clientes, así que cada uno intenta superar al otro. Una vez que los pasajeros estÔn sentados, parten como locos, con los caballos al galope, excitados y azotados sin piedad por los largos lÔtigos. Con una docena o mÔs de estos coches tirados por tres caballos, yendo a toda velocidad por una calle, con un aparente desprecio por la propiedad, la integridad física o la vida, uno suele lamentar rÔpidamente no haber caminado o tomado el tranvía. Pero rara vez ocurren accidentes y, salvo por la compasión hacia los caballos, uno termina por aceptar este tipo de transporte público con un grado aceptable de resignación.

Hablando de tranvías, cabe mencionar una costumbre peculiar del país: todos los cobradores de los tranvías son mujeres jóvenes.

Existe una atmósfera de desconfianza en todas las interacciones entre los sexos, lo cual representa una gran barrera para la sana libertad de interacción social que disfrutan las personas en nuestro país. A partir de los siete años, niños y niñas son completamente separados en las escuelas diurnas, con edificios y patios diferentes. Ninguna joven puede aparecer en la calle, de día o de noche, sin estar acompañada por una pariente mayor o una sirvienta, sin violar las leyes de la vigilancia social que buscan protegerlas.

En los hogares de las clases acomodadas, los niños, especialmente los pequeños, son dejados casi completamente al cuidado de los sirvientes. Son consentidos o reprendidos según el capricho de sus cuidadores, y por lo general estÔn bastante malcriados, tanto en carÔcter como en moral, debido al trato que reciben. La irregularidad y el exceso en la comida y bebida son hÔbitos formados en la infancia y mantenidos toda la vida. El típico cartel de restaurante "Comidas a toda hora" sería apropiado para cualquier hogar chileno. Aunque se intenta mantener cierta regularidad, tienen cinco comidas diarias, servidas mÔs o menos así:

  • Desayuno (desayuno), de siete a nueve: cafĆ© o chocolate y panecillos calientes, a veces con un poco de fruta o queso. Esto se sirve habitualmente a las damas de sociedad en la cama.
  • Almuerzo, de once a una: una comida completa con varios platos, empezando siempre con la cazuela, una sopa tĆ­pica que solo una cocinera nativa puede preparar bien.
  • Las onces, de dos a cuatro: una merienda de pan con mantequilla, pastel y tĆ©, a menudo con fruta o dulces.
  • Comida (cena), a las seis: la gran comida del dĆ­a. Aunque uno se pregunte cómo pueden tener hambre despuĆ©s de haber comido tres veces (ademĆ”s de dulces, frutas, vino o algo mĆ”s fuerte entre comidas), la forma en que el chileno promedio ataca su cena no sugiere que haya comido algo antes.
  • DespuĆ©s del teatro, del paseo por la plaza —el gran salón al aire libre de cada ciudad o pueblo grande—, o de una velada con amigos en casa o en el club, se sirve un tĆ© ligero; y finalmente, despuĆ©s de fumar un cigarrillo (probablemente el vigĆ©simo del dĆ­a) y vaciar la jarra de vino, nuestro primo chileno, lleno hasta el tope, se va a dormir.

Hay algo peculiar en el clima de Chile. Excepto en el extremo norte, es muy estimulante, y los médicos dicen que las exigencias de la salud requieren comer mÔs seguido y en mayores cantidades que en la mayoría de los países. Tal vez esta opinión tenga un sesgo interesado, pero algo es cierto: médicos y farmacéuticos engordan y se enriquecen rÔpidamente gracias a la abundante clientela. La homeopatía no es popular como prÔctica médica: el chileno típico cree en tratamientos heroicos a base de medicamentos. Si estÔ enfermo, nunca piensa en ayunar como remedio; quiere su medicina, como su comida, fuerte, bien condimentada y abundante, algo que lo mate o lo cure rÔpido. Los chilenos envejecen prematuramente, y las mujeres pierden su lozanía y belleza incluso antes de los veinte; a los cuarenta, muchas de ellas, especialmente de las clases bajas, parecen tan arrugadas y avejentadas como si tuvieran ochenta.

Las calles principales de pueblos y ciudades promedio estÔn bordeadas de edificios bajos y sólidos de ladrillo, con muros enlucidos con cemento y techos de tejas. Las casas de las clases altas suelen tener todas las habitaciones en la planta baja, alrededor de un amplio patio abierto, adornado con flores y arbustos, y a veces con una fuente en el centro. El nuevo atractivo de todas las ciudades es la plaza, donde la gente se reúne en gran número para conversar, pasear y disfrutar de conciertos al aire libre, que les encantan.

En algunas de las principales ciudades, los edificios del estilo arquitectónico antes descrito estĆ”n siendo reemplazados por estructuras altas de estilo moderno. Esto es especialmente cierto en Concepción y ValparaĆ­so, los dos grandes centros comerciales, y en Santiago, la capital. Esta Ćŗltima ciudad, que compite con Buenos Aires por el tĆ­tulo de “ParĆ­s de SudamĆ©rica”, tiene calles, edificios gubernamentales, residencias, tiendas, iglesias y otros edificios pĆŗblicos que serĆ­an motivo de orgullo para cualquiera de nuestras ciudades del norte.



[1] Deseret News 2 de marzo de 1891 Vol XLIII NĀŗ 19 p. 592.

[2]  Juvenile Instructor, 1Āŗ de mayo de 1892.

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