Una Noticia en las MontaƱas Rocosas
Presidente JosƩ Manuel Balmaceda
AĆŗn cuando los
antecedentes que tuvieron nuestros antepasados sobre los mormones fueron muy
escasos en el siglo XIX, estos por su parte en sus publicaciones en los Estados
Unidos pudieron informarse sobre Chile y los chilenos y en particular
publicaciones como Deseret News en la ciudad de Lago Salado y otras como el
Juvenile Instructor escribieron sobre hechos tan relevantes de nuestra historia
como,
El siguiente
texto es un buen ejemplo de lo expresado mÔs arriba en alusión a
“Parece
probable que el actual gobierno de Chile serĆ” destruido. Lo que en otro tiempo
habĆa sido llamado una insurrección estĆ” asumiendo el carĆ”cter de una
revolución tal que terminarÔ con el actual gobierno, y resultarÔ en el
establecimiento de uno nuevo…hace unos dĆas atrĆ”s las fuerzas revolucionarias y
del gobierno libraron una batalla, el resultado de la cual, tal como esta
contenido en los despachos de la prensa, evoca los dĆas de la barbarie. Los
insurgentes parecen haber sido intoxicados por el Ʃxito obtenido, y son presentados
como no dando cuartel a las tropas del gobierno - aĆŗn cuando estos Ćŗltimos
yacĆan heridos e indefensos…esta es probablemente una imagen exagerada de la conducta de los victoriosos, porque se
concede que ellos tomaron 1,000 prisioneros;
pero el hecho es que 1,700 fueron muertos, y 1,500 resultaron heridos
entre las fuerzas del gobierno, mientras que los insurgentes no perdieron sino
unos cuantos cientos, lo cual indicarĆa que estos Ćŗltimos lucharon con gran
ferocidad”.[1]
El seguimiento que se
hace de la guerra en Chile por parte de la prensa en un lugar tan lejano para
aquellos dĆas, como lo eran las montaƱas rocosas de Utah, en el momento en que se van sucediendo los
acontecimientos es algo que me impresionó y que sin duda deja abierto nuevos
campos para la investigación sobre este tema histórico chileno mirado con ojos
extranjeros.
El
siguiente artĆculo es otro ejemplo del interĆ©s de las publicaciones mormonas en
los Estados Unidos por Chile en el siglo XIX.
The Juvenile
Instructor Organ For Young Latter-Day Saints (El Instructor Juvenil Ćrgano Para
los Jóvenes Santos de los Ćltimos DĆas), fue una publicación dedicada a los
jóvenes Santos de los Ćltimos DĆas norteamericanos, la que en su edición del
dĆa 1Āŗ de mayo de 1892 publicó una completa visión de la sociedad chilena de
fines del siglo XIX:
Vista de
Santiago
La "RepĆŗblica de
Conductora
de carros chilena
La mención de Chile para el
lector promedio evoca un cuadro mental formado en los dĆas de escuela, y que
tiene los siguientes contornos:
Una larga franja de costa, unos
pocos y dispersos pueblos de respetables dimensiones, un fondo montaƱoso de
cumbres nevadas, con una población con mezcla de sangre española e india, de
escasa civilización y con recursos de escaso valor para cualquier extranjero
pero no asĆ para ellos. Fue una sorpresa para el escritor (y probablemente
tambiƩn lo ha sido para muchos otros) descubrir durante una reciente visita
allĆ, que Chile no era, despuĆ©s de todo, un paĆs tan pequeƱo como habĆa sido
primeramente supuesto. En verdad no es muy ancho, medido de Este a Oeste, pero
lo que le falta en anchura es compensado ampliamente por su extensión…
Vista de
ValparaĆso de fines del siglo XIX.
Hay probablemente en Chile mƔs
"sangre azul" espaƱola que en cualquier otro Estado Sudamericano. Los
descendientes directos de los antiguos seƱores espaƱoles y de los propietarios
de la tierra por derecho original desde los tiempos de los conquistadores son
la clase gobernante hoy dĆa, y ellos son los dueƱos de la mayor parte de las
propiedades del paĆs. Orgullosos, jactanciosos, apasionados, aficionados al
buen vestir y al lucimiento personal, descuidados…en sus hĆ”bitos sociales y en
la vida domestica y con escasas restricciones religiosas…mientras que la idea
de ensuciarse o endurecerse las manos con cualquier clase de trabajo manual ha
sido mirado con desdén, y aún la activa carrera mercantil ha sido tenazmente
resistida, para llegar a ser un caballero chileno "a lo hacendado",
ellos tienen cierta predilección por la profesiones aprendidas, como la abogacĆla
y la medicina. Se han mostrado a si mismos con gran predilección por la
polĆtica, y muchos adoptan la carrera sacerdotal.
Entre los que pertenecen a la
clase media estƔn los comerciantes, los pequeƱos abasteros, los mecƔnicos, los
artesanos y los campesinos. La clase media tiene mƔs sangre mezclada, y
constituyen la parte mƔs osada e industriosa
de la población, aún cuando en sus hÔbitos de trabajo, todas las clases
en Chile tienen la tendencia a tomar la vida con liviandad...
NingĆŗn chileno hace hoy lo que
puede dejar para maƱana. MaƱana es generalmente la primera palabra que un
extranjero aprende a distinguir despuĆ©s de llegar al paĆs, y si resulta ser un
yanqui reciĆ©n llegado de los Estados Unidos, lleno de energĆa y empuje, escucharĆ”
esta palabra como sinónimo de paciente y desalentadora postergación con casi
insoportable frecuencia. Pero aĆŗn cuando no es naturalmente dado a la
aplicación responsable en las labores ordinarias del trabajo; si hay cualquier
agitación que amenace terminar en pelea, puede estar seguro de que el chileno
promedio es muy despierto, como para estar en medio de la batahola de los
primeros y para ser el Ćŗltimo en retirarse. En la guerra especialmente, como lo
ha sido recientemente tan tristemente demostrado, ellos son furiosos
combatientes; y su valentĆa en el campo de batalla es su mayor orgullo”.[2]
Los peones, que suman alrededor de un tercio de la población, son un
interesante tema de estudio. Ellos son la clase de los siervos, y, tal como la
sociedad estĆ” constituida, un mal necesario. Ellos viven, en su mayor parte, con
un estilo medio gitano y medio siervo, y como clase son thriftles, sin
rumbo, ignorantes, envilecidos, ladrones, supersticiosos, y desagradables tanto
en apariencia como en disposición. Sus habitaciones se pueden ver por todo el
paĆs a las orillas del camino En los rincones apartados de los
grandes fundos; en los grandes pueblos y ciudades, en los suburbios y
callejones, en terrenos que de otro modo estarĆan vacĆos, en pequeƱas
casuchas con paredes de adobe o ladrillo, techos de paja o tejas, sin piso,
sucias, y, en la estación lluviosa (que en el sur del paĆs dura varios meses),
hĆŗmedas y lĆŗgubres, se hacinaban familias enteras en un solo cuarto. Estas
personas viven, ostensiblemente, para el servicio y los pequeƱos trabajos. Toda
familia que pretenda cierta posición mantiene regularmente un séquito de entre
tres y una docena de personas de esta clase, ocupadas en distintas labores o
simplemente holgazaneando. Atenderlas es una gran preocupación para la ama de
casa: todos ellos necesitan vigilancia constante. Roban y se llevan todo lo que
encuentran en una casa sin temor a ser descubiertos, y son expertos en ello.
Volubles, quejosos, propensos a discutir con sus empleadores, estƔn
continuamente yƩndose o siendo despedidos, solo para ser reemplazados
rƔpidamente por otros que no son mejores, a menudo peores.
Por regla general, ninguna mujer
de clase alta sabe cocinar, y ninguna considerarĆa rebajarse hasta el punto de
barrer su propia habitación o hacer sus compras para la mesa. Las convenciones
sociales también hacen que los hombres de sociedad sean igualmente inútiles en
estos aspectos; asĆ que, aunque los peones no sean confiables, saben que son
necesarios, y tienen, en gran medida, la sartƩn por el mango.
Existen una o dos provincias en
Chile todavĆa habitadas casi en su totalidad por tribus aborĆgenes que
corresponden a nuestros indios norteamericanos; y aunque los indĆgenas del sur
son menos salvajes y vengativos que los de nuestro paĆs, son lo suficientemente
revoltosos y Ɣsperos como para hacer que la vida en la frontera sea mƔs
emocionante que segura.
Los extranjeros residentes,
aunque no son relativamente numerosos, estƔn desempeƱando un papel importante
en el desarrollo del paĆs. Son principalmente europeos: ingleses, alemanes,
italianos, franceses, con dos o tres colonias suizas reciƩn llegadas y una
pequeƱa cantidad de estadounidenses. La mayor parte del comercio exterior estƔ
bajo su administración.
Chile posee una gran riqueza
agrĆcola y mineral, tanto actual como potencial. Existe un comercio de
exportación creciente en trigo y otros productos del suelo. Las tierras son
fƩrtiles, y en las provincias del centro y sur son favorables tanto para el cultivo
como para la ganaderĆa. Sin embargo, solo se utilizan los mĆ©todos agrĆcolas mĆ”s
primitivos, aunque los implementos y tƩcnicas mejoradas estƔn comenzando a ser
aceptados. El arado de madera es el instrumento principal para labrar, o apenas
raspar, el suelo; pero la Madre Tierra es muy generosa: se la “hace cosquillas”
con un palo y responde con una cosecha abundante. Todos los tipos comunes de
frutas y cereales conocidos en nuestro paĆs son autóctonos. Los viƱedos y
naranjales, que rivalizan en productividad con los de California y Florida,
estĆ”n multiplicĆ”ndose; de hecho, una nueva era agrĆcola estĆ” amaneciendo.
Algunos de los terratenientes estƔn administrando ellos mismos sus fundos, en
lugar de arrendarlos como se hacĆa antes, y se estĆ”n estableciendo colegios
agrĆcolas y estaciones experimentales.
En cuanto a riqueza mineral,
tambiƩn, Chile estƔ indudablemente muy bien dotado. Posee algunas de las minas
de cobre mƔs ricas del mundo, grandes y aparentemente inagotables vetas de
plata en sus montaƱas, casi sin explotar, y yacimientos de oro descubiertos
recientemente que, segĆŗn los expertos, podrĆan rivalizar con los de California.
Pero actualmente, una de las principales fuentes de riqueza nacional son las
salitreras de la provincia de TarapacĆ”. Este territorio, cedido
condicionalmente, es parte de la indemnización exigida por Chile a Perú. Esta
región, que en apariencia es un desierto absolutamente estéril e inútil, es en
realidad una fuente de ingreso asombrosamente productiva, tanto para las
empresas locales como para el tesoro nacional. Depósitos inagotables, conocidos
como caliche, se transforman mediante procesos mecĆ”nicos y quĆmicos económicos
en cristales de nitrato de sodio, y grandes cantidades de este fertilizante y
producto quĆmico valioso se exportan anualmente a Europa y otros lugares.
Aunque la sociedad chilena estĆ”
en proceso de rÔpida transformación debido a la difusión de los modos de
pensamiento y vida dominantes en Inglaterra y Estados Unidos, todavĆa persisten
costumbres y hƔbitos de carƔcter distintivo nacional o racial. En cuanto a la
vestimenta, las clases acomodadas de ambos sexos siguen en gran medida la moda
parisina, excepto en lo que se refiere al calzado. Estos son de un estilo
peculiar y nativo, con puntas largas, estrechas y tacones altos, muy incómodos
para quienes no se han acostumbrado desde la infancia. En lugar de botas de
goma durante la temporada de lluvias, todos usan suecos: toscos zuecos de
madera, abiertos en el talón y la punta, que se pueden quitar y poner
fĆ”cilmente sin usar las manos, pero muy difĆciles de manejar con gracia para un
extranjero. El manto espaƱol, un chal de tela negra simple o de encaje,
elegantemente colocado sobre la cabeza y los hombros, alguna vez fue una prenda
indispensable para toda dama chilena al salir a la calle, pero ahora se usa visiblemente
solo en la iglesia. En otros contextos, y desafortunadamente tanto para su
belleza como para sus bolsillos, las mujeres estƔn cayendo presa de la moda
moderna. Sin embargo, se considera de buen gusto que las damas aparezcan en la
calle o en la plaza por la tarde o en la noche sin otro adorno en la cabeza que
flores, muchas y hermosas variedades de las cuales florecen al aire libre
durante todo el aƱo. En la iglesia, las mujeres nativas de todas las clases
usan el manto, de modo que una congregación compuesta en su mayorĆa por mujeres
arrodilladas, cada una sobre su propio tapete, presenta a los ojos inexpertos
del extranjero poca diferencia entre ricas y pobres. Sin embargo, hay una
distinción en la forma de llevar el cabello que el manto no logra ocultar del
todo: las damas de alta sociedad llevan el cabello recogido en un moƱo sobre la
cabeza, mientras que todas las mujeres de clase baja tienen prohibido por la
norma social usar el cabello de otra manera que no sean una o dos trenzas
rectas colgando a la espalda.
El atuendo cotidiano de las
mujeres pobres consiste en una blusa suelta de cualquier material barato,
acompaƱada de una falda, generalmente de color diferente, predominando el
negro. La mayorĆa de esta clase, tanto hombres como mujeres, estĆ”n mal y escasamente
vestidos, y por lo general andan descalzos en todo momento. Las calles frente a
sus viviendas estƔn llenas de niƱos, a menudo casi desnudos, cubiertos de
parƔsitos, suciedad y llagas producto de su forma de vida y la falta de
cuidados.
En el nivel mƔs bajo de la escala
social chilena estƔn las lavanderas, que forman una clase aparte. A pesar de la
gran cantidad de sirvientes en cada casa, no se realiza el lavado dentro del
hogar. Incluso las empleadas domésticas, que ganan solo tres o cuatro dólares
al mes, envĆan su ropa a lavar fuera. Las lavanderas recogen la ropa, la llevan
en enormes bultos sobre sus cabezas al rĆo, arroyo, vertiente o charco de
lluvia, para lavarla allĆ.
Hay un artĆculo de vestimenta
masculina que merece ser mencionado: el poncho. Puede describirse mejor como
una manta cuadrada o rectangular con una abertura en el centro lo
suficientemente grande como para pasar la cabeza, cayendo libremente desde los
hombros, llegando generalmente un poco mƔs abajo de la cintura, aunque a veces
hasta las rodillas. Estos ponchos los usan los peones y la clase media en lugar
de abrigos, especialmente en zonas rurales. Se pueden ver grupos de jinetes u
otros campesinos montados que llegan al pueblo vestidos con ponchos de varios
colores, y presentan un aspecto muy pintoresco. Cabe decir, de paso, que montar
a caballo es un medio de transporte muy comĆŗn para viajar por el campo, ya sea
por negocios o por placer, ya que los caminos son escasos y en mal estado para
conducir carruajes. Los jinetes nativos parecen haber nacido sobre el sillĆn, y
su estilo de montar harĆa envidiar al vaquero promedio del oeste.
La carreta chilena tĆpica es el
vehĆculo rural por excelencia. Se pueden conseguir carros y carretas de estilo
extranjero, pero cuestan dinero, y muchos agricultores y transportistas se las
arreglan con un rudimentario artilugio casero construido de la siguiente
manera: el “Cousin Chileno” va al bosque, tala un gran Ć”rbol, corta dos
secciones de unos quince centĆmetros del tronco, les perfora un agujero para el
eje, acopla un eje y un travesaƱo, monta un marco o rejilla burda, y la carreta
estƔ lista. Con el uso, los agujeros del eje se agrandan, a veces mƔs de un
lado que del otro; y de todos los sonidos horribles y chirriantes que jamƔs
hayan ofendido el oĆdo humano, ninguno supera al de una procesión de estas
carretas cargadas con productos agrĆcolas o mercancĆas, mientras son
arrastradas lentamente por bueyes con yugos rectos amarrados a sus cuernos con
tiras de cuero, a lo largo de una calle de pueblo o entre los baches y
lodazales del camino rural.
En los rincones apartados de
los grandes fundos; en los grandes pueblos y ciudades, en los suburbios y
callejones, en terrenos baldĆos que de otro modo estarĆan desocupados, en
pequeƱas casuchas con muros de adobe o ladrillo, techos de paja o tejas, sin
piso, sucias, y en la estación lluviosa (que en el sur del paĆs dura varios
meses) hĆŗmedas y lĆŗgubres, familias enteras se hacinan en un solo cuarto.
Viven, ostensiblemente, del servicio domƩstico y pequeƱos trabajos. Toda casa
con alguna pretensión mantiene regularmente un séquito de entre tres y una
docena de personas de esta clase, empleados en diversas tareas o simplemente
holgazaneando. Cuidarlos es una gran carga para el ama de casa: todos necesitan
vigilancia constante. Roban y se llevan todo lo que pueden de una casa sin que
se los descubra, y son expertos en ello. Volubles, quejumbrosos, propensos a
discutir con sus empleadores, estƔn siempre renunciando o siendo despedidos,
solo para ser reemplazados rƔpidamente por otros igual de malos, y muchas veces
peores.
Por regla general, ninguna mujer
de alta clase sabe cocinar, y ninguna se rebajarĆa a barrer su propia
habitación o hacer las compras para la mesa. Las convenciones sociales hacen
que los hombres tambiĆ©n sean completamente inĆŗtiles en estos aspectos; asĆ,
aunque los peones son un grupo difĆcil, saben que son necesarios, y se
aprovechan bastante de esta situación.
Hay una o dos provincias en Chile
que aĆŗn estĆ”n ocupadas casi totalmente por tribus aborĆgenes que corresponden a
nuestros indios norteamericanos; y aunque los indĆgenas del sur son menos
salvajes y vengativos que los de nuestro paĆs, son lo suficientemente
problemƔticos y desagradables como para hacer que la vida en la frontera sea
mƔs emocionante que segura.
Los extranjeros residentes,
aunque no son muy numerosos, desempeƱan un papel importante en el desarrollo
del paĆs. Son principalmente europeos: ingleses, alemanes, italianos,
franceses, con dos o tres colonias suizas llegadas recientemente, y algunos pocos
estadounidenses. La mayor parte del comercio exterior estĆ” en sus manos.
Chile posee una gran riqueza
agrĆcola y mineral, tanto actual como potencial. Hay un comercio de exportación
en crecimiento de trigo y otros productos agrĆcolas. Las tierras son
productivas, y en las provincias del centro y sur son favorables tanto para la
agricultura como para la ganaderĆa. Sin embargo, en general se utilizan mĆ©todos
agrĆcolas muy primitivos, aunque los implementos y mĆ©todos modernos estĆ”n
ganando aceptación. El arado de madera es el implemento principal para romper
—o mĆ”s bien raspar— la tierra; pero la Madre Tierra es muy amable: si la haces
cosquillas con un palo, te devuelve una cosecha abundante. Todo tipo de frutas
y cereales comunes en nuestro paĆs son autóctonos. Los viƱedos y naranjales,
que rivalizan en productividad con los de California y Florida, estƔn
multiplicƔndose; de hecho, estƔ amaneciendo una nueva era para la agricultura.
Algunos terratenientes estƔn comenzando a administrar sus propiedades ellos
mismos, en lugar de arrendarlas como antes, y se estƔn estableciendo colegios
agrĆcolas y estaciones experimentales.
En cuanto a riqueza mineral,
Chile estƔ sin duda muy bien dotado. Posee algunas de las minas de cobre mƔs
ricas del mundo, grandes y aparentemente inagotables vetas de plata en sus
montaƱas, casi sin explotar, y yacimientos de oro descubiertos recientemente
que los expertos consideran con potencial para rivalizar con los de California.
Pero actualmente, una de las principales fuentes de riqueza nacional son las
salitreras en la provincia de TarapacĆ”. Este territorio, cedido
condicionalmente, es parte de la indemnización exigida por Chile a Perú. Esta
región, que a simple vista parece un desierto completamente estéril e inútil,
es en realidad una fuente de ingresos increĆblemente productiva, tanto para las
compaƱĆas locales como para el tesoro nacional. Depósitos inagotables,
conocidos como caliche, mediante procesos mecĆ”nicos y quĆmicos
económicos se transforman en cristales de nitrato de sodio, y grandes
cantidades de este fertilizante y producto quĆmico valioso se exportan cada aƱo
a Europa y otros lugares.
Aunque la sociedad chilena estĆ”
en proceso de rÔpida transformación debido a la difusión de modos de vida y
pensamiento dominantes en Inglaterra y Estados Unidos, aún prevalecen hÔbitos y
costumbres de carƔcter nacional o racial mƔs o menos distintivos. En cuanto al
vestido, las clases altas de ambos sexos siguen en gran medida la moda
parisina, excepto en el calzado. Ćste es de un estilo peculiar, con puntas
largas y estrechas y tacones altos, muy incómodo para pies no acostumbrados
desde la infancia. En lugar de botas de goma para la temporada de lluvias,
todos usan zuecos. Estos son aparatosos, con suela de madera gruesa,
abiertos por el talón y los dedos, fÔciles de poner y sacar sin usar las manos,
pero muy difĆciles de manejar con gracia para un extranjero. El manto
espaƱol, un chal de tela negra lisa o de encaje, elegantemente colocado sobre
la cabeza y los hombros, que solĆa ser un elemento indispensable del vestuario
de la dama chilena para toda ocasión en la calle, ahora solo se usa de forma
visible en la iglesia. En otros lugares, lamentablemente, tanto para su belleza
como para sus bolsillos, las damas han caĆdo presa de la moda moderna. Sin
embargo, se considera elegante que las damas aparezcan en la calle o la plaza
por la tarde o noche sin otro adorno en la cabeza que flores, de las cuales
florecen muchas y bellas variedades al aire libre durante todo el aƱo. En la
iglesia, las mujeres nativas de todas las clases sociales usan el manto, de
modo que la congregación, compuesta principalmente por mujeres arrodilladas,
cada una sobre su propio tapete, presenta al ojo inexperto de un extranjero muy
pocas diferencias entre ricas y pobres. No obstante, hay una distinción en la
forma de llevar el cabello que el manto no puede ocultar del todo a un
observador atento: las mujeres de alta sociedad lo llevan recogido en un moƱo
en la parte superior de la cabeza, mientras que a todas las mujeres de clases
bajas se les prohĆbe estrictamente, por normas sociales, presentarse con el
cabello de otra forma que no sea en una o dos trenzas rectas cayendo por la
espalda.
La vestimenta diaria de las
mujeres pobres consiste en una blusa suelta de cualquier material barato, usada
con una falda, generalmente de diferente color, predominando el negro. La
mayorĆa de esta clase, tanto hombres como mujeres, estĆ”n muy mal y escasamente
vestidos y, por lo general, van descalzos en toda ocasión. Las calles frente a
sus viviendas estƔn llenas de niƱos, a menudo casi desnudos, cubiertos de
piojos, suciedad y llagas como resultado de su forma de vida y falta de
cuidado.
En la base de la escala social en
Chile estƔn las lavanderas, que forman una clase aparte. A pesar del gran
nĆŗmero de sirvientes en cada casa, no se lava ropa dentro del hogar. Incluso
los sirvientes domĆ©sticos, que ganan solo tres o cuatro dólares al mes, envĆan
su ropa a lavar afuera. Las lavanderas recogen la ropa, la transportan en
grandes bultos sobre la cabeza hasta un rĆo, arroyo, vertiente o charca para
lavarla.
Hay una prenda masculina que debe
mencionarse al hablar del traje tĆpico: el poncho. Se puede describir mejor
como una manta cuadrada o rectangular con una abertura en el centro lo
suficientemente grande para pasar la cabeza, cayendo suelta desde los hombros,
llegando generalmente hasta un poco mƔs abajo de la cintura, aunque a veces
hasta las rodillas. Estos ponchos son usados por los nativos de clase media y
baja en lugar de abrigo, especialmente por quienes viven en el campo. Grupos de
vaqueros montados u otros campesinos pueden verse a menudo entrando a la ciudad
vestidos con ponchos de varios colores, presentando un aspecto muy pintoresco.
Cabe mencionar que montar a caballo es el medio de transporte favorito en el
campo, ya sea por negocios o placer, ya que hay pocos caminos y estƔn en malas
condiciones para carruajes. Los jinetes nativos parecen haber nacido en la
silla, y su estilo salvaje de montar despertarĆa la envidia del tĆpico vaquero
del oeste.
El tĆpico carro de bueyes chileno
es el medio de transporte rural por excelencia. Se pueden adquirir carretas y
vagones de estilo y fabricación extranjera, pero son costosos, y muchos
agricultores y carreteros se las arreglan con un simple aparato casero
construido asĆ: el campesino chileno va al bosque, corta un gran Ć”rbol, le
sierra un par de secciones de unos 15 cm del tronco, les hace un agujero en el
centro para el eje, coloca el eje y lo une a una estructura rudimentaria, y el
carro estƔ listo. Con el uso, los agujeros del eje se agrandan, a veces mƔs de
un lado que del otro; y de todos los ruidos horribles que hayan golpeado el
oĆdo humano, ninguno supera al producido por una procesión de estos carros,
cargados con productos agrĆcolas o mercancĆas, cuando son arrastrados
lentamente por las calles del pueblo o los caminos rurales llenos de baches y
barro por bueyes con yugos atados a sus cuernos con correas de cuero.
(Foto: Ʃlder Kent Francis)
La primera experiencia de un
extranjero reciĆ©n llegado al paĆs, al ser transportado desde la estación o el
muelle por un cochero tĆpico, suele dar un buen sacudón a sus nervios. A
estos conductores a menudo se les ofrecen premios por parte de sus empleadores
como incentivo para conseguir clientes, asĆ que cada uno intenta superar al
otro. Una vez que los pasajeros estƔn sentados, parten como locos, con los
caballos al galope, excitados y azotados sin piedad por los largos lƔtigos. Con
una docena o mƔs de estos coches tirados por tres caballos, yendo a toda
velocidad por una calle, con un aparente desprecio por la propiedad, la integridad
fĆsica o la vida, uno suele lamentar rĆ”pidamente no haber caminado o tomado el
tranvĆa. Pero rara vez ocurren accidentes y, salvo por la compasión hacia los
caballos, uno termina por aceptar este tipo de transporte pĆŗblico con un grado
aceptable de resignación.
Hablando de tranvĆas, cabe
mencionar una costumbre peculiar del paĆs: todos los cobradores de los tranvĆas
son mujeres jóvenes.
Existe una atmósfera de
desconfianza en todas las interacciones entre los sexos, lo cual representa una
gran barrera para la sana libertad de interacción social que disfrutan las
personas en nuestro paĆs. A partir de los siete aƱos, niƱos y niƱas son completamente
separados en las escuelas diurnas, con edificios y patios diferentes. Ninguna
joven puede aparecer en la calle, de dĆa o de noche, sin estar acompaƱada por
una pariente mayor o una sirvienta, sin violar las leyes de la vigilancia
social que buscan protegerlas.
En los hogares de las clases
acomodadas, los niƱos, especialmente los pequeƱos, son dejados casi
completamente al cuidado de los sirvientes. Son consentidos o reprendidos segĆŗn
el capricho de sus cuidadores, y por lo general estƔn bastante malcriados, tanto
en carƔcter como en moral, debido al trato que reciben. La irregularidad y el
exceso en la comida y bebida son hƔbitos formados en la infancia y mantenidos
toda la vida. El tĆpico cartel de restaurante "Comidas a toda hora"
serĆa apropiado para cualquier hogar chileno. Aunque se intenta mantener cierta
regularidad, tienen cinco comidas diarias, servidas mĆ”s o menos asĆ:
- Desayuno (desayuno), de siete a nueve: cafƩ
o chocolate y panecillos calientes, a veces con un poco de fruta o queso.
Esto se sirve habitualmente a las damas de sociedad en la cama.
- Almuerzo, de once a una: una comida completa
con varios platos, empezando siempre con la cazuela, una sopa
tĆpica que solo una cocinera nativa puede preparar bien.
- Las onces, de dos a cuatro: una merienda de
pan con mantequilla, pastel y tƩ, a menudo con fruta o dulces.
- Comida (cena), a las seis: la gran comida
del dĆa. Aunque uno se pregunte cómo pueden tener hambre despuĆ©s de haber
comido tres veces (ademƔs de dulces, frutas, vino o algo mƔs fuerte entre
comidas), la forma en que el chileno promedio ataca su cena no sugiere que
haya comido algo antes.
- DespuĆ©s del teatro, del paseo por la plaza —el gran
salón al aire libre de cada ciudad o pueblo grande—, o de una velada con
amigos en casa o en el club, se sirve un tƩ ligero; y finalmente, despuƩs
de fumar un cigarrillo (probablemente el vigĆ©simo del dĆa) y vaciar la
jarra de vino, nuestro primo chileno, lleno hasta el tope, se va a dormir.
Hay algo peculiar en el clima de
Chile. Excepto en el extremo norte, es muy estimulante, y los mƩdicos dicen que
las exigencias de la salud requieren comer mƔs seguido y en mayores cantidades
que en la mayorĆa de los paĆses. Tal vez esta opinión tenga un sesgo
interesado, pero algo es cierto: mƩdicos y farmacƩuticos engordan y se
enriquecen rĆ”pidamente gracias a la abundante clientela. La homeopatĆa no es
popular como prĆ”ctica mĆ©dica: el chileno tĆpico cree en tratamientos heroicos a
base de medicamentos. Si estĆ” enfermo, nunca piensa en ayunar como remedio;
quiere su medicina, como su comida, fuerte, bien condimentada y abundante, algo
que lo mate o lo cure rƔpido. Los chilenos envejecen prematuramente, y las
mujeres pierden su lozanĆa y belleza incluso antes de los veinte; a los
cuarenta, muchas de ellas, especialmente de las clases bajas, parecen tan
arrugadas y avejentadas como si tuvieran ochenta.
Las calles principales de pueblos
y ciudades promedio estÔn bordeadas de edificios bajos y sólidos de ladrillo,
con muros enlucidos con cemento y techos de tejas. Las casas de las clases
altas suelen tener todas las habitaciones en la planta baja, alrededor de un
amplio patio abierto, adornado con flores y arbustos, y a veces con una fuente
en el centro. El nuevo atractivo de todas las ciudades es la plaza,
donde la gente se reĆŗne en gran nĆŗmero para conversar, pasear y disfrutar de
conciertos al aire libre, que les encantan.
En algunas de las principales
ciudades, los edificios del estilo arquitectónico antes descrito estÔn siendo
reemplazados por estructuras altas de estilo moderno. Esto es especialmente
cierto en Concepción y ValparaĆso, los dos grandes centros comerciales, y en
Santiago, la capital. Esta Ćŗltima ciudad, que compite con Buenos Aires por el
tĆtulo de “ParĆs de SudamĆ©rica”, tiene calles, edificios gubernamentales,
residencias, tiendas, iglesias y otros edificios pĆŗblicos que serĆan motivo de
orgullo para cualquiera de nuestras ciudades del norte.
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