Historias para el
Bicentenario
21 de mayo de 1879
El Relato de un Sobreviviente
Hace muchos años un viejo tripulante
de la “Esmeralda” que ahora duerme un eterno sueño de gloria, a instancias
nuestras nos relataba con la rudeza propia del roto chileno, las peripecias del
combate de Iquique. Aquel viejo lobo de mar que cariñosamente apodabamos
“Tatin” habló de su actuación a bordo de la “Esmeralda”, con pasmosa sencillez
y con jerga auténticamente criolla. Oigamoslo:
“Gueno lo he contao tanta veces y na
me cuesta volverlo a contar…Tábamos recién sentados pal rancho cuando vino el
pinche Zoilo que se descolgaba por un portalón gritando como un condenao: El
Guascar, el Guascar.
Clao, el remolino jue paire. Quibamos a comer…toititos nos
levantamos pa salir disparaos a cubierta. Nu’era mieo no…qué l’ibamos a tener
mieo a los cholos. La pura curiosá no más. Era que nu’abiamos visto nunca al tan mentao Monitor.
Pero en
l’escala arriba nos topamos con mi teniente Uribe. Por Diosito que venpia
enojao mi teniente. A toito pulmon nos mandó que nos golvieramos pal rancho y
como si na pasara, pidió el charqui y se sentó a comer con nosotros.
Tabamos en
el caliente cuando bajó del relevo mi sargento Aldea…se sentó a comer y en un
principio na dijo, pero el condestable de mi batería le prefguntó a l’oreja si
era cierto lo del Guáscar, y mi sargento el dijo que si y que venía con la
Chancha.[1]
Cuando no
más comimos nos hicieron formar. En seguía los pasaron lista. Cuando nos
mandaron “a’iscresion” púe cachar por una tronera de las baterías de babor, que
pal lao e la costa p’arriba venían naegando tuavía lejos los blindaos peruano.
Cuando aun
tábamos en formación, llegó mi capitán Pratt y con toa calma preguntó si había
comío toa la gente. Mi teniente mandó “vista a la deré” y saludando con l’espá
desenvainá, le contestó que sí.
Después
tocaron zafarrancho y nos mandaron esparejar pa la pelea. En seguía l’evamos
l’ancla. Cuando toito taba listo nos mandaron pal pañol y nos dieron
l’armamento.
Volviamos
armaos, cuando oí a mi comandante que gritaba con la bocina pal lao d’estribor,
onde estaba anclá la Gaviota.[2]
-Capitán
Cónder.
-Susordenes,
mi comandante.
-Contestó el
capitán Cónder, qu’estaba en el puente
de la Covaonga cachando con larga vista p’al lao de los buques peruanos.
-¿Almorzó la
gente? - golvió a preguntar mi capitán
Pratt.
Si, mi
comandante.
¿Fuegos
encendidos?
Si, mi comandante.
Entonces
mande tocar zafarrancho de combate y ques’iearme la gente pa la pelea.
Bien, mi
comandante.
Agora,
capitán, oiga bien las órdenes de combate. Yo me queo aquí y usted ponga proa
al norte…Punta Pieras, virar en reondo…Espués, rumbo al sur, toa máquina…si lo
siguen, pegarse a la costa guardando fondos… Y bien que Dios le ayúe, capitán.
¿Entendió
bien?
Olrait
–contestó mi capitán Cónder en gringo.
Entonces,
too el mundo a su puesto…y acordase niños, que somos chilenos…que el chileno no
se rinde y ¡Viva Chile!.
-¡Viva
Chile! – contestaron junto con mi capitán Cónder, toitos a un tiempo en la
Covaonga.
Espués nos
hicieron formar a toitos sobre cubierta. Cuando tábamos alineados con toda la
oficialidá, daba gusto ver a mi capitán Pratt, tan engallao y serenito como si
na pasara. Taba vestío de pará y andaba con toa calma p’arriba y p’abajo, como
si fuera a pasar revista el Dieciocho.
Espués
izaron la bandera y presentamos arma. Los tambores tocaron redoble.
Entonces nos
echó un espiche mi capitán, que por naita nos hace llorar.
Siempre
callao mi capitán nunca l’uabiamos oído hablar así. Nos dijo dendese momento
que pertenecíamos a la patria y que debíamos cumplir con el deber…que nunca
jamás se había arriao…que mientras taba con vida taría allí arriba que’staba
seguro quiba a morir, pero que tamien taba seguro que los…oficiales y toitos
nosotros moriamos ante d’arriar la bandera de la patria.
Sentimos frío por todo el cuerpo y por Diosito que aunque nos
hubieran tapiao la boca no los habrian poio hacer callar, cuando nos largmaos a
gritar toitos como desalmaos:
-
¡Viva
Chile Mierda!
Dei nos mandaron p’abajo a toos los
de la batería.
Al poco rato nos endilgaron los
cholos el primer guaracaso y un nuevo ¡Viva Chile! estremeció a la viejita.
Un guen rato anduvimos pa’alla y
pacá. Lo pior que nos tenían acorralaos porque desde la playa, tamien l’
agarraron a balazos con nosotros. Al grumete Reyes l’estaparon los sesos al
principio e la pelea…al poquito rato, cayeron de mi batería dos niños diun
golpe.
En esto nos hicieron señas del
Guascar pa que nos rindiéramos. Jué para la risa. Mi capitán les contestó
qu’éramos chilenos y ordenó una descarga cerrá.
Espués jue’linfierno mesmo, iñor…para
que les cuento naa mejor…la purita, yo no sé cómo queamos con vía…
El
Monitor no hacia más que vomitarnos andaná tras andaná y pa más….de la costa,
nos seguían fusilando por la espalda a bala y cañonazo. Nosotros contestabamo
como poiamos. Pa más pior, la máquina de la Vieja andaba más patrás que
p’ailante, que si no hubiese sio esa fataliá más d’iuna les abría jugao a los
cholos, mi capitán, qu’era harto baquiano pa la nautica.
Tábamos
peliando poco menos que desnúos, porque era yegua el caloraso. Y por la
chupalla del gobierno qu’era grandaza la bulla, iñor. No l’entendiamo na a
naiden…los cañonazos y toito lo que s’iba haciendo peazos…y para que los igo ná
el chivateo de los niños. Bramaban como liones acorralaos por los perros…
Pal
lao de la cuarta, un balazo del blindao hizo astillitas la pared y su púo mirar
pa juera…el Guáscar taba ei no más, como a quinientas brazas, envuelto por toos
laos en l’humarea de los tremendos cañonazos que nos iba escupiendo…y cuando
voló hecho añicos de un balazo el techo de la claraboya, se nos vino una lluvia
grandaza de vigrios encima.
Onde
se miraba iba quedando la tendalá. Por toitas partes too era sangre, peazos de
carne y la mar de astillas. Y tuavía me parece, iñor, que los toi viendo, al
pinche Zoilo, pasando als calabazas. Guena cosa con el rotito valiente. Cuando
lo pilló al fin l’estrocaora, queó tiraó al lao del cañón, siguió gritando el
cabro hasta l´´ultima boquiá: ¡No aflojarle, niños! ¡No aflojarle, niños!.
Hacia
como cuatro horas que’stábamos peliando…y menos que aflojar. Los chalacos los
habían desmontao más de la mitá de los
cañones y nos taban pegando en el suelo…
Mi
acuerdo que l’estaba pasando una bala a mi cabo de cañón, cuando algo como un
peñascaso a toita juerza me pegó en el pecho y me tiró d’spalda encima de la
Regalona. La sangre me le empezó a correr pero yo no l’hice caso.
En
mi pieza ya no queaba niunito vivo, porque cuando al último, me le vino mi cabo
encima y lo quise levantal, vi que no tenía na caeza. Me le bajó una rabia de
perro hiriofo y gateando como púe me agarré a la culata del cañón y m’iba
enderezando pa disparar la Regalona que mi cabo había dejao cargá, cuando un
barquinazo que hizo temblar a la Vieja com’un terremoto, me tiró d’espardita
por segunda vé…creí que había queao pa nunca. Quize levantarme pa seguir
peliando pero no púe…
Lo
del quiñazo era qu’el Monitor la había agarrado a espolonazo con la pobre
Vieja.
Era
pa llorar de rabia.
Del
Guáscar nos seguían gritando: ¡Rindanse…rindanse!
La
guenas huinchas que s’ iba a rendir la gallá. Primero nos moririamos toititos.
A
too esto la Covaonga se las habia envelao pal sul y la Chancha, como peuco
detrás…pobre gaviotita tan mona y blanquita, parecía pejerrey perseguía por el tibrón blindao.
La
sangre de la hería de la caeza, se me le venía a cada rato pa los ojo y
entonces me le dio como un mareo. Jué así como desde ese momento apenitas me di
cuenta de lo emás. L’último que me acuerdo jue la corneta que empezó a tocal
pal abordaje… y yo por la maire, sin poer moverme…y con las medias ganitas que
tenía de poner el pie en el Guáscar.
En
el primer topón saltó al blindao el lión de mi capitan…¿Quién otro poia
ser?...pero lo mataron los chalacos. Mi sargento Aldea lo quiso defender, pero
lo acorralaron y lo mataron a hachazos: era pa morirse e rabia. Pal otro topón,
saltó mi teniente Serrano con la gallá, toitos s’iban como disparaos a la
cubierta del Guáscar, como liones enfurecíos…
Yo,
la purita, ya no tenía juerza pa na…la sangre me le corría por toitos laos. Me
le nubló la vista y una debiliá muy regrandaza m’íba agarrando too el cuerpo.
Espues,
no me acuerdo más…lo único que sentí al último jué el frio de los diablos del
agua helá, que m’íba haciendo tiritar como pollo entumío..Era que l’Esmeralda
s’iba hundiendo.
Nota. Este relato fue tomado hace
años por don Ricardo Piwonka.
Historias para el Bicentenario. Recopilación
de Rodolfo Acevedo. Santiago 20 de mayo
de 2009.